NIÑOS MANIPULADOS CREAN MEMORIA FALSA
Lucía del Prado, presidenta de la Fundación Filia de Amparo al Menor, considera que muchos padres que se divorcian no tienen en cuenta las emociones y el sufrimiento de los hijos. Este es uno de los motivos por el que decidió escribir su último libro: «Yo no puedo ser dos. Los padres se divorcian, los hijos no».
Explica que este titular lo decidió así porque se lo ha escuchado decir a varios niños y su transfondo es muy significativo. «La mayoría de los hijos se ven obligados a ser dos personas diferentes; una, cuando están con el padre y, otra, cuando están con la madre. Realizan un esfuerzo enorme por contentar a cada uno con lo que les tiene que decir, u ocultar, según las estrictas indicaciones del otro progenitor. En esta encrucijada sienten mucho temor. Miedo a poner en peligro sus demandas afectivas, a que le nieguen sus necesidades más básicas —como pueden ser un beso de buenas noches, que le lean un cuento….— y a que les caiga un castigo si no hacen lo que les ordenan para ir contra su otro progenitor».
La autora considera que es normal que cada padre tenga su propio estilo de educar, «pero lo que no se puede hacer es exigir que el pequeño represente un papel que, por su edad, no le corresponde, o que tome partido en las disputas de sus progenitores y se sienta culpable cuando está con cada uno de ellos porque se ve obligado a mentir y se le someta a tanta presión».
Según apunta, las consecuencias son muchísimas y muy graves. Asegura que cada vez hay más casos de hijos muy pequeños, y también de jóvenes, que no soportan esta presión de las personas que se suponen que les deben aportar seguridad. «Sufren trastornos de conducta, de personalidad, depresión, esquizofrenia… Las niñas de 16 a 20 años, por lo general, optan por autolesionarse para liberar su tensión; los niños es más frecuente que caigan en adicciones a sustancias y se vuelvan violentos».
Otro de los riesgos es que puedan repetir de mayores las conductas que han visto en sus progenitores con sus propias parejas e hijos. También les afecta de cara al mundo profesional. «Un juez, por ejemplo, tomará sus decisiones ante un caso condicionado por este sufrimiento al que estuvo sometido de pequeño. Además, sus carencias afectivas determinará su debilidad emocional y baja autoestima e, incluso, tendrá muchos complejos por crecer sin la figura de un padre o una madre. A ese vacío tan grande se añade el dolor de haber tenido que participar en difamaciones en la relación de sus padres que le han llevado, incluso, a odiar a uno de los dos».
Explica Lucía del Prado que los padres pueden llegar muy lejos en la manipulación de los hijos. Los pequeños se acostumbran a escuchar una y mil veces lo que le cuentan: cómo su padre le pegaba, cómo su madre le castigaba y le encerraba en un cuarto oscuro… Esta manipulación tan repetitiva de hechos, muchas veces inventados, hace que el pequeño llegue a asimilarlas e, incluso a visualizarlas, como si fueran verdaderas. Se les manipula el cerebro de tal manera que se crea en los pequeños una memoria falsa, que ellos dan por verdadera. Su sufrimiento es infinito. Por este motivo se produce un mayor rechazo hacia ese progenitor del que se ha creado una falsa realidad».
La presidenta de la Fundación Filia considera que los padres actúan así por desconocimiento de los verdaderos efectos que este comportamiento tiene en los hijos. «Quiero pensar que si lo supieran, se lo pensarían dos veces antes de actuar», puntualiza.
Añade que muchos padres creen que recurrir a procedimientos judiciales es la mejor opción porque, de este modo, les darán una solución cuando entre ellos no la encuentran. «Pero allí a veces lo que ocurre es que se les termina de arruinar la vida porque se toman decisiones muy duras que se ven obligados a acatar. Por este motivo, —prosigue—, se acaba de crear en España la figura del coordinador parental, que lleva funcionando más de una década en Estados Unidos y ha reducido un 75% el número de litigios por divorcio de alta conflictividad».
Advierte que en nuestro país, entre un 15 a 20% de los divorcios son de alta conflictividad y como las sentencias no se cumplen por ambas partes, vuelven a recurrir, y es lo que hace que haya montañas de recursos a la espera de una nueva resolución. «La justicia no está preparada para hacer frente a este gran volumen de recursos y es lo que dota de mayor sentido a la figura del coordinador parental, que dedica a investigar cada caso tres meses, para analizar a la familia y hacer informes vinculantes al juez explicándole al detalle lo que sucede para tomar una decisión más certera y en beneficio del menor».