IDEAS PARA UN PSICOANÁLISIS EN CUARENTENA

Dr. Ricardo Velasco Rosas.
Asociación Psicoanalítica Mexicana
Analista Titular con Funciones Didácticas.
(1ª parte de 3)

“Ahora no sabemos. De verdad
no sabemos. Siempre
decimos que sabemos pero creemos
que sabemos. Ahora
no sabemos. Es
vertiginoso no saber. El vértigo
es mirar y prever y cerrar fuerte
los ojos
ante eso que prevés: cerrar
los ojos”
Martín Caparrós

Parte 1: “HOME-ANALYSIS”

Y resulta que de pronto hemos tenido que montar temporalmente un consultorio virtual, una especie de albergue psíquico desde donde intentamos que suceda esta extraña experiencia llamada “situación analítica” .

Pero ¿qué es la situación analítica?, ¿es posible sostenerla en un casa de campaña improvisada en medio de una guerra viral?

Para mi sorpresa, los primeros que respondieron con un rotundo “sí” fueron los pacientes, salvo entendibles excepciones, gran parte de ellos optaron por migrar al “modo virtual” de la experiencia analítica. Resulta muy satisfactorio ser testigo de que el deseo de análisis perdura “a pesar de todo” o será mejor decir “por el pesar de todo”.

Una vez montado el consultorio analítico de “emergencia”, el gran reto consiste en sostener la función analítica, es decir, sostener el uso transferencial que cada paciente quiera darle a esta catástrofe mental. El “hecho en sí” que estamos viviendo (la pandemia) tardará mucho en ser digerido, no obstante, algunos tenemos la fortuna de comprobar día a día la conocida frase que dice al vuelo “cada mente es un mundo” y sí, cada individuo narra de manera única y singular esta conmovedora y siniestra experiencia.

El sostenimiento de la “función analítica” en tiempos de coronavirus, radica en transmitir al paciente que seguimos aquí para pensar, sentir y metaforizar las emociones y sus derivados inconscientes; para ello, uno tiene que adaptarse rápidamente a la inminente “virtualidad” de nuestra función.

Pero, ¿acaso el mismo concepto de transferencia, no designa ya de por sí el complejo rol de un analista que es aleatoriamente “ausente” y “presente”?; ¿acaso no la transferencia es un préstamo transferido para facilitar una experiencia y no en cambio la asunción de un protagonismo real? ; empero… ¿acaso no –de por sí- el analista debe desde siempre asumir la función “negativa” de aquello que se le pretende colgar “personalmente”?; ¿acaso no- desde antes de esta pandemia- el psicoanálisis es también un juego de esconderse y –pocas veces- encontrarse?

Y es que, nunca hemos dejado de estar a distancia, de tal modo que la así llamada “sesión presencial” sucede en otro espacio, en otro tiempo y con otras personas a las que dicta la realidad externa. De hecho, conceptos mas actuales como el -así llamado- “campo analítico” de los Baranger, designa la co-construcción inconsciente de dos subjetividades, nada mas abstracto, nada más ajeno a la realidad concreta, presencial y física. Nosotros siempre hemos tenido un pie –y medio- en el más allá del topos concreto, del tiempo lineal, de lo que supuestamente delimita lo interno de lo externo, de lo que somos como personas “reales”.

Winnicott diría que estamos en una nueva área de transición, una terceridad virtual, un encuadre paradojal, una invitación a sumar soledades en mutua dependencia, y nos corresponde a nosotros, analistas, echar los dados del juego analítico transformado ahora en video-juego y ponernos a jugarlo con seriedad.

No niego, que el “consultorio analítico, la “persona” del analista” y la “presencia” de los participantes se echen de menos en estos tiempos, ni mucho menos que sean factores altamente eficaces para la evolución del proceso analítico, pero dadas las circunstancias, me pregunto si aún así puede suceder el juego del análisis, a lo que hasta ahora yo –de la mano de mis pacientes- respondo afirmativamente.

Cierto es que las sesiones se han tornado cansadas, sino es que agotadoras, y bien valdría la pena preguntarnos porqué. La atención resulta menos relajada, la tentación de ser mas “activo” es mayúscula y el “supuesto saber” es más demandado por el paciente. “¿Usted sabe cuando terminará todo esto?”- pregunta el paciente que nunca antes solía hacer este tipo de preguntas.

Bion mencionó el oficio de analista, consiste en hacer algo muy sencillo en las condiciones mas complejas. Dice bien, al menos para mí, nunca había sido tan difícil hacer la “sencilla “función de escuchar, pensar y si acaso decir algo en medio de esta pandemia. Mas bien al contrario, a veces me encuentro con frecuencia diciendo algo sin haberlo pensado antes. Son tiempos de confusión, también para nosotros, y “algo” nos empuja a querer hacer nuestro trabajo de un modo diferente al habitual.

Y muchos dirán que se trata de hecho de una situación poco habitual, ¿cómo podríamos hacerlo de la forma habitual?. Pero es que el “modo habitual” es el que ha quedado en jaque, porque –al menos como yo entiendo el psicoanálisis- nunca ha habido un modo “habitual”. Se supone, que si seguimos las enseñanzas de nuestros genios (Pienso en Freud, Klein, Lacan, Bion y Winnicott) , quienes a pesar de sus diferencias, coinciden a su modo y en que el modo de hacer psicoanálisis es el modo “inconsciente”, es decir, sin anticiparse y esperando que suceda cada sesión, así, incierta como siempre ha sido.

No obstante, e insisto en ello, parece que hoy “algo empuja” a querer hacerlo de otro modo, y la pregunta sigue siendo ¿porqué es tan difícil mantener nuestra función en estas condiciones?

Lejos de responder, asocio alguna idea que salió de un grupo de estudio que coordino y en el que recientemente pensamos juntos esta novedosa experiencia. Todos coincidíamos con lo difícil de trabajar en estas condiciones, y de cómo parece que en cualquier momento podemos “deslizarnos” hacia una conversación cotidiana con el paciente. Incluso los silencios son mas incómodos, y los gestos del analista en pantalla o teléfono, demandan la pregunta tácita de todo paciente: “¿sigues ahí”?

¿Estás ahí?, ¿alguien me escucha?, ¿sabes que está pasando? son demandas básicas de todo paciente, pero en situaciones como ésta, parecen requerir de hecho una respuesta concreta: “si aquí estoy”, “te estoy escuchando”, “vamos a pensar esto juntos”; así, el analista debe dar señales de “vida psíquica”, mensajes de que mas allá de la pantalla, hay una persona viva intentando pensar un pensamiento, una idea que de pistas de qué demonios está pasando a nivel inconsciente.

Pero, ¿qué es esa vitalidad psíquica que nos toca ofrecer?, ¿qué sería estar vivos a pesar de todo? una posible respuesta sería el generar con el vínculo de trabajo que brinde la posibilidad de tramitar psíquicamente una experiencia nueva y de momento irrepresentable.

Para ello, y desde el minuto uno de la primer sesión virtual, el analista debe dar mensajes de que efectivamente –y a pesar de las fallas técnicas- “hay alguien allí”, y ese alguien no es otro que el mismo personaje que viene pensando del mismo modo desde que decidieron juntarse para “hacer análisis” , es decir, transmitir desde una voz conocida lo desconocido, esto es: la versión inconsciente de los sucesos psíquicos actuales.

De modo que, en mi opinión, y ante lo rápido y lo abrupto del cambio de setting y del cambio de la situación pandémica día con día, es importante que el analista haga sentir al paciente que –a pesar de todo- está en análisis desde la primer sesión virtual. Esto es, que a pesar del cambio de encuadre, el diálogo analítico permanece en su esencia. He allí la invariancia en la transformación.

Después de todo, la idea es tener la experiencia de que alguien esta siendo psicoanalizado y alguien está psicoanalizando, tal como sucedía, apenas hace algunos días atrás.

Y ante la eventual evacuación de mentiras (hoy llamadas fake news) , es importante dar espacio para la verdad de-cada-quien; ante el ataque virulento de información de dudosa calidad y del cúmulo de supuestos grupales de ataque y fuga, es imprescindible mantener un área desinfectada para trabajar la verdad. Un lysol psíquico, un tapabocas para la falsedad que intoxica la mente de por sí ya violentada.

Bion, refiere que la mentira requiere de dos o más mentes para ser construida (actualmente participan mucho más de dos) mientras que la verdad está sola en espera de ser pensada, no requiere de un pensador para ser, pero si de un pensador para ser digerida.

¿Qué verdad experiencial vive cada paciente en cada momento de esta innovadora experiencia?

Bion mediante, se ha dicho hasta el cansancio que el analista no es el que “sabe” sino el que sostiene “el no saber”; se ha dicho de mil formas que el analista requiere una capacidad de “tolerar la incertidumbre”, dejar que las cosas “evolucionen” en su proceso natural inconsciente, nos han entrenado a no adelantarnos a dar una respuesta consciente de un fenómeno inconsciente. Pues bien, es el momento de llevarlo a la práctica, pero también es el momento más difícil para lograrlo. Nunca antes estábamos mas tentados a desear “saber” como se hace el psicoanálisis.

Y es que como sucede con tantas cosas que se están haciendo desde casa (home-office; home-school; etc) el “home-analysis” podría caer muy pronto en una fatiga, en un un confort virtual, en un trabajo “a medias”; tenemos eufemismos para ello: hagamos algo más de “apoyo”, más “focalizado”, mas “activo”, palabras que si en verdad se piensan, son invitaciones para hacer sesiones con menos esfuerzo psíquico.

No tengo nada contra el apoyo, el foco, la actividad del analista, de hecho siempre hemos tenido esas herramientas, pero nunca como prescripción consciente, sino idealmente como funciones inconscientes que vamos brindando bajo el cobijo del “incógnito” de cada sesión.

Hoy -junto con Bion- es vital recordar que “cada sesión es un misterio”, que el hecho de desear que suceda algo en concreto es en realidad una resistencia a lo novedoso, pues nunca antes habíamos estado en estas condiciones.

De hecho, nos encontramos ante el “imperio de lo novedoso”, y cualquier intento de trabajar con memoria o con deseo consciente, resulta no sólo ineficaz sino incluso iatrogénico para el momento presente que vivimos. ¿Podremos sostener el “momento presente” de casa sesión?; ¿sabremos permanecer en lo “nuevo” o sucumbiremos al canto de las sirenas de la repetición?, siempre habrá algo que “se parece” a lo que estamos viviendo.

Meltzer sostuvo, que lo evolutivo de la mente lidia con lo novedoso, mientras que lo involutivo lida con la repetición. Digámoslo claro y fuerte, algo así no habíamos vivido antes, puede semejarse a muchas experiencias, pero no es la experiencia misma, no son tiempos -no aún- de “re-presentar”, sino de pensar lo que se “presenta”; sino mal recuerdo Freud le llamaba a estas situaciones clínicas “neurosis actuales”, pues he aquí una “neurosis actual planetaria” de la que no hay teoría, ni libro de técnica que venga a nuestro auxilio (resistencial).

Se trata entonces, y a pesar nuestro, de que podamos mantener un “pensamiento clínico psicoanalítico” en las condiciones mas adversas; recordarnos lo obvio, que no somos epidemiólogos, politólogos, infectólogos, ni psicólogos de la consciencia, obviedad que en el momento actual es un verdadero reto.

Mas que nunca, el concepto freudiano de “trabajo psíquico” cobra relevancia. Esta palabra que Freud empleó tanto para la elaboración del sueño, como para la elaboración del duelo. Y es que, así como los médicos en estos tiempos sacan la casta, resisten y se lanzan a enfrentar al virus, así el analista debería de hacer frente con “trabajo psíquico” a las agonías primitivas que los pacientes están viviendo inconscientemente y a las tentaciones del “trabajo de lo negativo”.

Como dijo Botella, solo el “eros tejedor” analítico podrá hacer frente al trabajo de lo irrepresentable.

Trabajar, pensar, soñar, poner una virtual casa de campaña, mantener el vínculo y construir la versión inconsciente de la catástrofe en cada una de las valientes díadas que a pesar de todo, permanecen en análisis, es brindar un hilo de Ariadna ante el minotauro viral que está por devorarnos en el laberinto de esta pandemia.

(Próxima entrega:
Parte 2: Aislamiento: ¿refugio o cautiverio?)

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