Bernardo Tanis
What is originality? To see something that still has no name; that still cannot be named even though it is lying right before everyone's eyes. The way people usually are, it takes a name to make something visible at all. Those with originality have usually been the name-givers.
Friedrich Nietzsche, The Gay Science
Lo infantil, en toda su riqueza y complejidad, es una de estas cosas a las cuales Freud les dio un nombre. Es uno de los principales descubrimientos freudianos y, como nos dice Virginia Ungar en su convocación a este Congreso y con la cual estoy totalmente de acuerdo: “sin la noción de lo infantil, el psicoanálisis simplemente no existiría”.
Lo infantil es marca identificatoria de lo humano; todos los psicoanalistas nos ocupamos y lidiamos con esta dimensión psíquica. Lo infantil no atañe solo a los analistas de niños, también no es asimilable a la infancia o las fases de desarrollo; diferente del infantilismo comportamental, lo infantil ‒siempre sexual desde la perspectiva freudiana presentada en los Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905/1992b)‒ puede ser aprehendido en la experiencia psicoanalítica como expresión prínceps de la realidad psíquica, de la dimensión inconsciente de la subjetividad humana. Las importantes contribuciones de generaciones de analistas posfreudianos enriquecieron nuestra comprensión de lo infantil y la complejidad de formas y contenidos a través de los cuales se hace presente en nuestra clínica el impacto de lo infantil del paciente en la contratransferencia.
Lo infantil obedece a una sobredeterminación causal, no linear, de composición abierta al acaso, a lo incierto. Lejos de una memoria fotográfica del pasado o de conductas infantiles en el adulto, lo infantil apunta a los modos de registro e inscripción de lo que Freud llamó Erlebnis, “vivencias infantiles”.
La tesis nuclear es que, para el sujeto, en la clínica psicoanalítica e independientemente de preferencias por este otro modelo teórico-clínico, estará siempre en juego la eficacia de estas inscripciones, su metabolización y simbolización posible o no, y su fuerza pulsional viva en el presente. Reside aquí la vigencia de la matriz freudiana fundadora de nuestro campo.
Lo infantil es actual, como tan bien lo formuló Scarfone (2014) en su bello reporte al Congrès des Psychanalystes de Langue Française (CPLF). Lo infantil se revela y despliega como un manantial creativo ancorado en la dimensión pulsional sublimatoria y transicional, dando lugar a la construcción de la experiencia cultural y simbólica, así como también es origen de sufrimiento y malestar vinculados a las heridas que dan testimonio del encuentro con el otro, a lo traumático y a la presión de la compulsión a la repetición. Heredero de las vicisitudes de una trama edípica singular, se expresa también en la neurosis infantil presente en el campo transferencial.
¿Cómo presentar para ustedes, en un breve texto, una noción que está entrañada en la clínica y la teoría psicoanalíticas, multifacética, que marca el origen y destino del sujeto? Presente en las primeras teorizaciones freudianas, desde los recuerdos encubridores, pasando por su presencia en los sueños así como en la sexualidad infantil, vinculada a la teoría de la neurosis, es objeto de represión que da cuerpo y existencia a la neurosis de transferencia, mostrando su presencia viva en el presente. Esta noción fue enriquecida con las contribuciones posfreudianas, una mayor aproximación a los tiempos del infans, las experiencias anteriores a la adquisición del lenguaje (Ferenczi, Klein Winnicott, Bion, Lacan), ganando cada vez mayor complejidad a partir del reconocimiento de la dimensión traumático-pulsional de las vivencias de los primeros tiempos de nuestra existencia.
Para transmitirles mejor, principalmente a los más jóvenes entre nuestros lectores, me gustaría ilustrar esto con una feliz imagen que el escritor Ítalo Calvino pone como epígrafe en su bello libro Las ciudades invisibles (1972/2013). Responde Marco Polo, cuando es indagado ardilosamente por el poderoso Kublai Kan sobre cuál es la importancia de las piedras que sustentan un puente, que lo importante no es esta o aquella piedra, sino el arco que forman. Dice entonces Kan “¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco” (p. 96), a lo que Marco Polo responde sabiamente “Sin piedras no hay arco” (p. 96). Lo infantil es arco y piedra.
La noción de infantil puede ser comprendida en su dimensión psicoanalítica desde las originales y complejas perspectivas del psicoanálisis sobre la memoria y la temporalidad, así como de la potencia de lo sexual infantil en su contexto vincular de la constelación edípica y preedípica.
En las últimas décadas, el énfasis, justificado y valorado, en el estudio de lo irrepresentable, la figurabilidad, el pictograma y lo arcaico, así como en los estudios de la relación madre-bebé y la observación de bebés, aproximó lo infantil a una perspectiva de desarrollo, de procesos continuos, y acercó la noción de infantil de la infancia. Esto, como hace notar Green, pudo contribuir a oscurecer la dimensión original de lo infantil freudiano, su singularidad heterocrónica y la diferencia con una psicología del desarrollo. Dedicaremos más adelante una reflexión más detallada sobre este importante tema.
Si los analistas tienen modelos metapsicológicos que operan como teorizaciones sobre lo psíquico, estos se encuentran en correspondencia con lo que entienden de modo explicito o implícito por infantil. Así también la transferencia mantiene un vínculo de pertinencia con el conjunto de emergentes que lo infantil posibilita o determina. No me refiero aquí a la transferencia exclusivamente como cliché repetitivo de una forma predeterminada, lectura simplificadora que muchas veces se hace para proponer la modernidad de nuevas modalidades de comprender la situación analítica, sino como el elemento central de un magma pulsional inconsciente, más o menos estructurado, que impacta y modela el campo de la relación analítica. Lo infantil aparece como encrucijada inconsciente incontrolable de cualquier proceso analítico, por la cual es indispensable transitar.
Dada su vinculación con la historia y las Erlebnis individuales, lo infantil fue objeto de lecturas reduccionistas, tratado como resquicio positivista, representante de ideas que propondrían la recuperación o reconstrucción de un pasado histórico “tal como fue”, rotulando el modelo freudiano, como si este fuera una arqueología de una materia muerta e ignorando su presente vivo en la situación analítica, como tan bellamente nos mostró Florence Guignard (1994), destacando la vigencia de lo infantil en el adulto y en la mayor o menor elaboración de lo infantil en el analista.
En los diferentes continentes surgieron lecturas intrigantes y provocadoras, apenas un ejemplo es el desafiante libro La construction de l’espace analytique, de Serge Viderman (1970/1990), psicoanalista francés, quien trabaja de modo extremamente interesante y no menos polémico el lugar de la historia y de la reconstrucción en análisis. Dice el autor:
Será legítimo hablar de una historia del sujeto, ya que se revela dentro de una situación y un enfoque tan específico (situación analítica y campo de transferencia) que es posible, con razón, cuestionar la objetividad a partir de las construcciones en la realidad psíquica a las que el espacio analítico nos da acceso, la historia da paso al mito y la realidad de los hechos históricos a la proyección pulsional. (p. 23)
Dejo esta provocación para su reflexión, pero aclaro que mi lectura de lo infantil en este punto acompaña a Jean Laplanche (1987) cuando dice: “adornar la fantasía con el bello nombre de mito no cambia en nada, mi opinión, el cerne del problema: la efectividad de lo originario infantil” (p. 162). Laplanche nos ayuda a abandonar aporías o polémicas para colocar el foco del debate clínico en lo que parece ser el potencial estructurante, al mismo tiempo traumático pulsional, del encuentro con el otro.
Hoy, este importante Congreso retoma, cuarenta años después, a la luz de los avances en la clínica actual y las transformaciones en la cultura, la invitación de 1979 de Jean-Batiste Pontalis en su prestigiosa revista Nouvelle Revue de Psychanalyse a una investigación de lo infantil. Lo que parecía obvio merecía ser revisitado, nos propone una interrogación radical sobre la infancia y lo infantil.
Motivado por mi experiencia clínica e indagación, realicé una tesis en 1993 dedicada a una extensa investigación sobre el tema titulada: Memoria y temporalidad: Sobre lo infantil en psicoanálisis, publicada posteriormente como libro (Tanis, 1995). En 1994, la Revue Française de Psychanalyse lanza un número especial, L’infant dans ládult, una invitación a la reflexión sobre lo infantil en el adulto, con interesantísimos trabajos; entre ellos, el de Brusset (1994) y el de Guignard (1994). Aprendimos mucho con Melanie Klein (1975) y su profunda penetración en el universo inconsciente infantil, la riqueza de la fantasía inconsciente y la dinámica de los primeros tiempos de la constelación edipica, asi como angustias y defensas de los primeros tiempos del la formación del yo. También con los analizandos no neuróticos; no conseguimos concebir el nacimiento del yo sino en un vínculo con el otro, como los varios modelos posfreudianos lo hacen notar: confusión de lenguas (Ferenczi, 1949), holding y transicionalidad (Winnicott, 1965, 1971/2005), revèrie (Bion, 1933/1967, 1962/1991), implantación de significantes enigmáticos (Laplanche, 1987/1992, 2003/2007b), traumatismo narcisístico identitario (Roussillon, 1999), intersubjetividades (Mitchel y Aron, 1999), teorías vinculares (Berenstein y Pujet, 1997). Estos modelos manifiestan y desarrollan ideas particulares sobre el modo en el que comprenden lo intersubjetivo; algunos enfocan la intersubjetividad desde una perspectiva dual; otros destacan en la intersubjetividad una dimensión de terceridad, como Green (1995, 2003), que contempla necesariamente la dimensión tercera edípica, así como la estructura tríadica del signo como formulada por Charles Peirce (1991).
Lo infantil emerge como esa memoria activa y actual multifacética de una Erlebnis infantil marcada por el encuentro pulsional con el propio cuerpo (autoerotismo) y el del otro, y que, como nos diría Green, se presenta para la psique desde las formas más elaboradas de representación hasta aquellas de mayor expresividad afectiva y menor representación simbólica. Freud fue desarrollando a lo largo de su obra un gradiente de objetos psíquicos y de múltiples formas de inscripción y memoria, desde los recuerdos encubridores, la amnesia de los primeros años de vida, pasando por el agierem transferencial y llegando a la compulsión a la repetición de lo traumático no representado.
Lo infantil es un entramado complejo marcado por la represión de lo sexual infantil; otras veces se infiltra por las grietas de lo traumático, lo desmentido, y retorna en forma de acto o, como más recientemente diría Roussillon (1999) estudiando el trauma narcisístico identitario, como retorno de lo escindido a través de ligaciones no simbólicas que están en el origen de adicciones, compulsiones, somatizaciones y demás patologías no neuróticas.
Aunque haya diferencias en la manera de comprender el lugar del otro ( también del Otro) y la intersubjetividad en las distintas teorizaciones, con consecuencias para el ejercicio de la clínica, es indiscutible que la situación analítica se concibe como un campo de fuerzas intersubjetivas (Baranger, 2008) indisociable de la presencia inconsciente infantil de ambos integrantes de la dupla, que conserva, sin embargo, desde mi perspectiva, la asimetría de los lugares. El impacto de lo infantil con toda su carga pulsional ordena el campo y es generador de efectos contratranferenciales en el analista.
Lo infantil se vehiculiza en la asociación libre, en la transferencia sobre el analista, el encuadre y la transferencia sobre el lenguaje; puede adoptar forma de acto y los fenómenos de enactment recíprocos.
Volviendo al puente, las piedras y el arco, voy a tomar, en esta segunda parte de mi exposición, algunos elementos, siempre parciales, que considero matrices para profundizar en el debate en torno a lo infantil:
• Memoria, temporalidad e historia
• Lo infantil, lo sexual y las cuestiones de género
• El dispositivo analítico, la transferencia y las condiciones de simbolización
• Lo infantil y la creatividad
Memoria, temporalidad e historia
Las indagaciones sobre la temporalidad constituyen un mosaico de recomposiciones múltiples y siempre abiertas. La noción de tiempo tiene un papel fundamental como elemento instituyente de la subjetividad, ya que alberga y acoge lo vivencial como posibilidad narrativa y creativa del yo y la cultura. Uno de los principales ejes de nuestra matriz subjetiva es atravesado por lo infantil, por los tiempos de inscripción, la atemporalidad del inconsciente y su vigencia actual.
En los últimos años se han publicado varios trabajos interesantes, presentados en congresos y debates sobre el tema. Menciono solo algunos autores, como Green (2000, 2008), Azevedo (2011), Birksted-Breen (2003), Dahl (2011), Faimberg (1985, 1996), Perelberg (2007), Tanis (1995, 2011), etc. Para André Green ‒quien en su texto Tiempo y memoria (1990/2002) ya destacó la necesidad de profundizar en la comprensión de los procesos de memoria y temporalidad, y como atestiguan varios trabajos publicados en colecciones (Green, 2000, 1990/2002, 2008)‒ la temporalidad siempre ha sido una preocupación, hasta los últimos años de su vida.
En su dimensión instituyente, permite indagar sobre las formas que asume lo infantil en la subjetividad contemporánea, cuando el tiempo se acelera y comprime, se vacía de sentido histórico en la sociedad de consumo generalizado y nos condena a un presente perpetuo, raíz de un vacío que da origen a compulsiones y adicciones.
Vivimos perplejos, con la pandemia, un congelamiento del tiempo, una hipertrofia del presente, que nos condenó a un pasado nostálgico e hizo imposible soñar un futuro. Reconocimos en nuestras clínicas el desamparo y la incertidumbre, y su resonancia con aspectos infantiles en las singulares configuraciones que la pandemia despertó.
El imaginario cultural de la humanidad siempre ha estado poblado de mitos, leyendas e historias sobre el origen: el origen del universo, de la cultura, del hombre, de los sexos. La fantasía sobre el origen, los comienzos, expresa el gesto fundacional de lo humano y de la cultura, tal como Freud intentó describir en Tótem y tabú (1913 [1912-1913]/1991b) y en la idea de Urphantasien. El recurso mítico atestigua, desde los albores de la humanidad, la necesidad de construir una narrativa individual y colectiva en torno al misterio que envuelve el origen. Sin embargo, no olvidemos que Freud escribe sobre la importancia inicial del acto.
El distinguido escritor israelí Amos Oz analiza, en la introducción de un pequeño pero fascinante libro, La historia comienza (1999/2007), diez inicios de cuentos y novelas de grandes autores de la literatura universal: Kafka, Gogol, García Márquez, Chéjov, Agnon, entre otros. Oz se pregunta: “Pero ¿qué es, en última instancia, un comienzo? ¿Puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato? ¿No hay siempre, sin excepción, un latente ‘comienzo antes del comienzo’?” (p. 17).
Sin duda, existe una tendencia de la psique hacia un ordenamiento temporal, un antes y un después, que obedece a una cronología. Cronos: tiempo circular griego, y también judeocristiano lineal, que habla de un comienzo (origen) mítico y un destino. De hecho, ya sea en la utopía nostálgica de un origen perdido o en la utopía mesiánica de una totalización o completitud prometida, la creencia básica sigue siendo la misma: había o habrá un perfecto ahora como residencia privilegiada del ser. Por eso las dos orientaciones pueden confluir en una experiencia circular y cíclica del tiempo, y contribuyen a una perspectiva imaginaria sobre el tiempo y los niños.
La flecha del tiempo es inexorable para nuestra conciencia, nuestro cuerpo y nuestras vidas. En tanto la heterogeneidad de los objetos psíquicos se hace presente en la transferencia ‒que, teorizada desde Freud, corresponderá también a una heterocronía (Green, 2000), es decir, una compleja red mnemónica irreductible a una única modalidad de funcionamiento temporal‒, las diferencias en los regímenes temporales de los procesos primarios y secundarios, el modelo regresivo del sueño, el après-coup y la dimensión pulsional que obedece al deseo y compulsión de repetir son modalidades que, desde el psicoanálisis, cuestionan la idea del tiempo vivido como continuidad subjetiva.
Miremos las principales perspectivas. Por un lado, tenemos perspectivas que se centran en el proceso, en la continuidad temporal, en un desarrollo progresivo que puede haber sido interrumpido o congelado; dominantes en el desarrollo del psicoanálisis inglés, reconocen un ordenamiento evolutivo de la psique, procesos de estancamiento que, a través de la intervención analítica, podrían recuperar el libre flujo de la circulación temporal. Aunque existen diferencias entre los principales autores ingleses (por ejemplo, entre Klein, Bion y Winnicott), tenemos la impresión de que la idea de desarrollo y continuidad temporal tiene un espacio importante para todos.
Por otro lado, hay enfoques que se centran en el instante, la discontinuidad y la ruptura en la constitución de la temporalidad y un reordenamiento posterior (après-coup). El segundo modelo toma como premisa principal la innovadora idea freudiana de Nachträglich, traducida por Lacan, en 1945, por après-coup, y retomada con gran énfasis por Laplanche, quién contribuyó a transformarla en una marca del psicoanálisis francés. Este mecanismo no debe confundirse con una fantasía retrospectiva; caracterizándolo sintéticamente, es un reordenamiento a posteriori del potencial inscrito en T1 a partir de un segundo momento T2; mantiene un vínculo con las primeras ideas sobre las dos épocas de trauma ya esbozadas en el Proyecto de psicología (Freud, 1950 [1895]/1991a).
Ambos, avant-coup y après-coup, están presentes tanto en la clínica como en el pensamiento freudianos.
Me gustaría destacar un tercer registro, que está relacionado con los dos anteriores pero que tiene su especificidad, que es la introducción del evento (el acontecimiento) y lo actual como elemento temporal. Me inspiro en Pujet (2005), Bleichmar (2006) y Scarfone (2014), y en mi propia experiencia clínica.
Este es el tiempo de Aión, tiempo de apertura a lo desconocido (Pujet, 2005). Está inscrito indeleblemente en el impacto del encuentro con otro, que abre las posibilidades de alteridad y creación, pero que también posee un potencial traumático vinculado al sufrimiento del contacto con lo imprevisto que puede ser fuente de alienación, de sumisión masoquista a un narcisismo destructivo. Es apertura al campo de la transferencia y sus vicisitudes.
En este momento en el que se abren nuevas perspectivas, se pierden referencias del pasado, surge la incertidumbre, el miedo a lo desconocido.
Aquí, memoria, temporalidad y lo infantil manifiestan su potencia transformadora en la escena analítica.
La revolución copernicana en la historia consiste en Benjamin, pasando del punto de vista del pasado como hecho objetivo al pasado como hecho de memoria, es decir, como hecho en movimiento, tanto psíquico como material. La novedad radical es que no parte de los hechos en sí mismos (una ilusión teórica), sino del movimiento que los recuerda y construye sobre los conocimientos actuales del historiador. (Didi-Huberman, 2006/2011, p. 155).
Estamos aquí claramente en una perspectiva psicoanalítica de la relación de los tiempos y la forma en la que se articulan. Para el psicoanálisis de inspiración freudiana,
la memoria, en toda su complejidad, conserva la capacidad de rescatar el tiempo de la historia. No como un tiempo pasado, sino como un tiempo inscrito en las entrañas del presente. Alude a la fuerza sísmica de un infantil que se niega a ser olvidado, y se presenta ante la conciencia como la Esfinge ante Edipo. (Tanis, 1995, p. 63)
Sin embargo, para que el tiempo de diferentes escalas inherentes a la constitución de lo psíquico y las diferentes expresiones del sufrimiento humano puedan encontrar su lugar en el contexto analítico, las alternancias entre presencia y ausencia serán determinantes, y el tiempo de espera, corolario de la experiencia de fenómenos de ilusión y transicionalidad en el contexto de la relación psicoanalítica.
El proceso de constitución del psiquismo y de la personalidad se percibe cada vez más como un proceso heterogéneo de temporalización, representación y simbolización en el que se articulan la pareja pulsión-objeto, lo intrapsíquico y lo intersubjetivo. Tenemos que reconocer otro vértice suplementario a los anteriores, en el sentido de actualidad en el tiempo histórico de un mundo en mutación, en el momento del desarrollo económico, social y cultural en el que vivimos. Cuando habla de lo contemporáneo, Agamben (2009) denuncia la ilusión de estar al unísono con su tiempo, un acercamiento a la sensación de opacidad constitutiva. Considero una importante tarea para el psicoanálisis actual investigar desde la clínica psicoanalítica la incidencia de este cuarto eje.
Lo infantil, lo sexual y las cuestiones de género
Es Freud quien, en sus tres ensayos sobre la sexualidad infantil, escritos en 1905, presenta la sexualidad infantil, un concepto innovador que alude al polimorfismo del deseo sexual, cuestionando los puntos de vista de su época, que veían en la variedad del ejercicio de la sexualidad el fruto de una enfermedad o una degeneración.
Asimismo, Freud establece la diferencia entre la pulsión sexual y el instinto. Su corolario es que, para los humanos, el objeto de satisfacción de la pulsión sexual es contingente y no preestablecido. Esto incluye la disposición bisexual de todos nosotros. Aquí se hace imperativo destacar que, evidentemente, utilizando un vocabulario de su época, Freud reconoce el impacto de la cultura modelando la naturaleza. Desde esta perspectiva, tanto lo sexual infantil como la sexualidad adulta estarán intrínsecamente vinculados a los imaginarios epocales, así como a la influencia del otro, sea en los procesos de libidinización del infans, sea en los procesos identificatorios, la trama edípica y la formación de las instancias ideales ‒instancias que, como bien describe Freud en relación con el narcisismo y al superyó, no estarían desvinculadas de la dimensión pulsional infantil que las constituye‒.
Dice Laplanche (2007/2014): “Lo sexual es múltiple, polimorfo. Descubrimiento fundamental de Freud, encuentra su fundamento en la represión, el inconsciente, el fantasma. Es el objeto del psicoanálisis” (p. 153). Lo sexual es lo reprimido, y es reprimido por ser sexual, matriz fundadora del deseo infantil.
Si, por un lado, la emergencia de un funcionamiento neurótico con sus represiones y regresiones y puntos de fijación muestra cierta fluidez de las figuras de la sexualidad infantil, por otro, el desafío de la clínica a partir de la segunda tópica freudiana, la inclusión de la pulsión de muerte y posteriormente la clínica de los casos límite nos muestran la importancia de una reorganización après-coup en el proceso analítico de una sexualidad infantil, cuyo placer busca liberarse de una coexcitación libidinal mortífera.
La inclusión de las cuestiones de género en el debate sobre la sexualidad en el campo de la cultura en las últimas décadas produjo un desplazamiento y una interrogación renovada en torno del campo sexualidad, sexo y género en la clínica psicoanalítica, y condujo a acalorados debates sobre nuestras referenciasteóricas e intervenciones clínicas. Este desplazamiento nos conduce a una atención necesaria a las dimensiones identificatorias y el lugar de la cultura en la construcción de la sexualidad humana, ya presente en Freud, como señalamos anteriormente.
En su versión freudiana, lo infantil estaría vinculado al fantasma más que al objeto y, por lo tanto, sería autoerótico, regido por el fantasma, por el inconsciente. Por otro lado, los estudios de género también desempeñaron un papel en la expansión de la comprensión de los roles y las características sociales atribuidos a lo que llamamos hombre y mujer, en términos de ciertos contextos históricos, políticos y culturales.
Esta investigación incluye la dimensión político-histórica de los lugares negativos atribuidos a la mujer y cuestiona la idea de identidad femenina que tiene como referente lo masculino. Además, tuvieron gran importancia en la despatologización del homoerotismo.
Desde el psicoanálisis, podemos argumentar que el camino de la psicosexualidad es un movimiento completo de montajes y resignificaciones, de articulaciones originadas en diferentes sectores de la vida psíquica y corporal, con una fuerte incidencia cultural e ideológica que invita a investigar lo que podemos llamar constitución de identidad sexual y de género. Laplanche (2007/2014) insiste en la importancia de incorporar el debate sobre género a nuestro campo; sostiene que el género sería atribuido a través de una asignación. Asignación señala la prioridad del otro en el proceso identificatorio; un proceso no es puntual, no se limita a un solo acto.
Cabe mencionar que los debates sobre género (motivados por las obras de Monique Wittig, Gayle Rubin, Judith Butler y recientemente Paul Preciado) impulsaron en psicoanálisis una necesidad de mayor investigación al respecto de nociones centrales, como son las nociones de diversidad y diferencia. Podemos pensar que la primera obedece a la temática de los géneros y sus cambiantes formas y características culturales y epocales, mientras en la segunda la diferencia opera simbólicamente en el campo de lo real y requiere una compleja operación simbólica que implica el reconocimiento de la alteridad, la diferencia de generaciones y la diferencia de los sexos que se pone en juego en una trama edípica y en la formación de las instancias ideales. Estos son aspectos extremamente relevantes en relación con lo infantil y con lo que entendemos por acceder a lo simbólico.
Leticia Glocer Fiorini (2015) argumenta que el reconocimiento de la diferencia y su correlato ‒acceder al mundo simbólico‒ no puede ser atribuido solo al reconocimiento de la diferencia en el contexto de la sexualidad binaria. Es relevante para un debate en torno de lo infantil la idea de anterioridad del género respecto del sexo, que trastorna los hábitos de pensamiento rutinarios que colocan lo biológico antes que lo social; anterioridad de la asignación respecto de la simbolización: esto coloca al orden del día el tema de las primeras identificaciones.
Por otro lado Jacques André en un amplio y critico estudio argumenta que:
La anatomía imaginaria es el destino, el sexo psíquico siempre prevalecerá sobre el sexo anatómico. [...] Hasta entonces, se puede estar de acuerdo con el constructivismo de las teorías de género de que el cuerpo, el sexo no escapa a la actividad simbólica y que no nos es accesible por debajo del orden de representación. El momento delicado es cuando la teoría se convierte en ideología, cuando el intérprete acaba creyendo en la magia de su propio poder y se cree que el lenguaje es único en el mundo. (André, 2019, pp. 26-27)
Como vemos, en el campo de la teorías, es complejo; sabemos que la clínica es nuestra brújula, pero para que ella no nos indique siempre la misma dirección, como un dado viciado, tendremos que estar atentos a los debates de la época; no es necesaria la fusión con lo epocal, pero creo que nos ayuda a mantener nuestra escucha viva y actual, libre de prejucios.
No puedo en este momento extenderme sobre este tema, de extrema actualidad clínica y teórica; señalo apenas la necesidad de dar importancia al debate sobre los múltiples campos en los que la cuestión de la diferencia y lo simbólico se organizan, cuestiones relevantes para pensar lo infantil en el psicoanálisis contemporáneo.
El dispositivo analítico, la transferencia y las condiciones de simbolización
La escena analítica puede contener las condiciones espacio-temporales que contemplan simbólicamente los espacios y tiempos de nuestra existencia y nuestra psique. En otras palabras, esperamos crear las mejores condiciones para acoger y escuchar lo infantil y el sufrimiento subjetivo en nuestros días. El interrogante y el desafío están alojados en la frontera entre clínica y teoría.
El potencial infantil late en la situación de transferencia. Un púlsar que se actualizará para nosotros, analistas, tanto en la experiencia transferencial en configuraciones neuróticas como en su potencial traumático-pulsional de la vivencia inscrita no metabolizada que domina la compulsión de repetición y ansiedades impensables.
La clínica actual nos sitúa fuera de territorios seguros. Si queremos ser fieles a una ética psicoanalítica que no se ajusta a la normativa, que se aleja del paradigma cognitivo-comportamental, tendremos que afrontar los retos de trabajar en áreas más desconocidas, en los confines y las aristas de la subjetividad donde no siempre llegan las cartas náuticas. Tendremos que lidiar con los efectos de nuestra presencia y ausencia: las distancias se acortan entre analista y analizando. El dominio de lo verbal encuentra sus límites en las ansiedades indecibles que operan en actos. En estos casos, identifico un riesgo de situaciones de análisis interminable debido a la dimensión de captura en una trama dual, dominada por la indiscriminación del afecto-representación. Se trata, quizás, de una gestión de las condiciones espacio-temporales del encuadre, el uso de las palabras y el silencio para que, una vez que ambos habiten el espacio de la ilusión, el trabajo del negativo (Green, 2006) pueda encontrar formas de hacerlo. Winnicott (1971/1975) ya señaló el camino que implica manejar (handling) el encuadre y el lugar del juego, la acción cuando no todo puede ser representado, y Bleger (1967) identificó al encuadre como el depositario de los aspectos psicóticos de la personalidad.
Green propone una doble perspectiva para el encuadre: una matriz activa, el núcleo de la acción analítica, y una configuración externa y variable (presencial, en diván, con un número de sesiones, con trabajo en instituciones) como matriz protectora.
Pero ¿de qué se trata cuando hablamos del encuadre interno del analista? Alizade (2002), en una interesante reflexión, nos invita a pensar que quizás la institucionalización del psicoanálisis y el miedo a la contaminación por factores de otras disciplinas han producido un control excesivo sobre lo que se ha dado en llamar encuadre. Este énfasis excesivo en el aspecto externo del encuadre parece haber definido un encuadre tipo. Así, propone la idea de un marco interno implícito en la regla de la libre asociación, la regulación de los procesos psíquicos que emanan de las configuraciones internas del analista, la capacidad de empatía y permeabilidad del analista, su propio inconsciente y el desarrollo de su capacidad creativa en el arte para sanar. Trabajar con y en silencio, bajo la condición no formalizable de los afectos; a este marco interno el autor le da un estatus teórico-vivencial, en el que el analista puede encontrar una especie de espontaneidad que flota libremente.
Considero que puede ser útil trabajar con la idea de dispositivo analítico, que me parece más elástica y rica que la idea del setting o encuadre, en función de nuestra clínica actual, en la cual lo infantil se extiende hacia otras direcciones. Sería demasiado extenso desarrollar un pensamiento al respecto en este trabajo, pero dejaré solo algunas ideas como sugerencias para los lectores, estableciendo un diálogo con reflexiones de René Roussillon (2005) y la perspectiva que estoy presentando en torno de lo infantil.
Roussillon dedica algunos capítulos de Manuel de la pratique clinique en psychologie e psicopatologie (2012b) a esclarecer su perspectiva del dispositivo analizante, al mismo tiempo que el dispositivo tiene la función de producir objetos simbólicos ‒así como otros dispositivos de la cultura‒, su singularidad es que permite una apropiación subjetiva de las representaciones y figuras producidas. Para que esto ocurra, tres funciones del dispositivo son imprescindibles: el acogimiento o continencia, la identificación de signos-índice en el encuentro y la capacidad de metaforización.
Ahora, al tomar en consideración lo infantil en toda su complejidad y su fuerza actual por medio del psicoanálisis contemporáneo, los analistas, a riesgo de coartar o desmentir aspectos de la subjetividad, se sentirán conducidos muchas veces a alterar las condiciones del dispositivo para así atender a la primera dimensión del dispositivo: acoger el malestar y el sufrimiento en un contexto en el cual este pueda expresarse.
Fue lo que vivimos todos durante este año de pandemia, a pesar de que muchos analistas ya venían trabajando no solo en atención remota, sino también en diferentes variaciones del encuadre, principalmente cuando ‒a partir de una concepción ampliada por la investigación clínica en las últimas décadas y desde Green (1975)‒ el modelo clásico del sueño que más se adaptaba al modelo del encuadre clásico fue cediendo espacio al modelo del juego/acto, en el cual la acción no es concebida solo como defensa (acting), sino también como modalidad de comunicación y expresión de una dimensión traumática pulsional con precarias ligaciones no simbólicas.
Vale plantearse que si el encuadre clásico se adaptaba bien al modelo de simbolización del soñar, la idea del dispositivo puede contener de modo ampliado la dimensión del acto y del juego, tan presentes en una clínica con analizandos no neuróticos.
Lo infantil y la creatividad
Una de las conquistas del análisis es la posibilidad de transformar un sentimiento negativo de soledad, marcas de ciertas configuraciones de lo infantil, en una experiencia en la que la soledad se manifiesta como fundamento de la singularidad y como la capacidad de volverse hacia el otro. Lo infantil puede contener en sí una reserva potencial, resistencia frente a las fuerzas de un narcisismo negativo que favorece la desconexión.
Cuando hablamos de transformación y creación, surge la idea freudiana de sublimación, una noción sobre la que ya varios analistas han expresado las dificultades teóricas que representa.
La teoría de la sublimación involucra, en sus diferentes versiones ‒tanto en la primera, conservando su energía pero cambiando el la finalidad y objeto de la pulsión (Freud, 1908/1986b), o en la segunda, centrada en el dominio de Eros (Freud, 1930 [1929]/1986a)‒, un movimiento para producir objetos culturales que generalmente se pueden compartir. Vale decir que la cultura ocupa un lugar central en los destinos de la sublimación. Podemos señalar que estas producciones tienen un valor simbólico que les permite ser compartidas y disfrutadas por otros.
Trabajando con mis analizandos, me di cuenta de que esta capacidad simbólica y creativa era al inicio extremadamente deficiente. El interés principal estaba en los aspectos narcisistas o de fusión de la existencia. El mundo, el espacio cultural solo fue utilizado como un gran supermercado para el consumo o la oferta de sus bienes.
La perspectiva de Winnicott del espacio potencial y los fenómenos transicionales nos ayuda a comprender la aparición de las primeras mediaciones simbólicas con estos pacientes; hubo una emergencia creativa en el contexto del análisis, una transformación en relación con lo infantil y un nacimiento o reapropiación de áreas de la personalidad que hasta entonces no parecían existir por la fuerza de clivajes defensivos impuestos.
Si Winnicott nos dice que el análisis se desarrolla en la intersección de dos áreas de juego, la del analista y la del analizando, podemos señalar otra metáfora que habla de la soledad compartida. Destacamos la importancia del otro en la constitución de lo infantil. Hay una tensión entre el yo incipiente y el objeto, sobre la cual se aloja la noción de objeto-trauma de Green; todo nuestro recorrido mostró la importancia de este otro en la perspectiva contemporánea sobre lo infantil. En el lugar de ese otro, el analista puede a veces abrir una brecha que, cuando no se vive como vacío o intrusión, abre a su vez una nueva relación con la alteridad.
Cuando se trabaja con procesos de simbolización y creación, el proceso analítico no solo hace consciente al inconsciente, sino que produce experiencias culturales sin precedentes. Jurandir Freire Costa (2000), comentando sobre la contribución de Winnicott a las ideas de cultura y manejo del malestar, afirma:
Cuando habla de la “ubicación de la experiencia cultural en la psique”, destaca lo que parece ser, al mismo tiempo, trivial e inusual. La cultura no es algo externo al “sustrato” del sujeto y tampoco es ajeno a la pulsión. Asimismo, su objetivo principal no es vetar los impulsos para que accedan a la vida o realidad mental consciente. Es el lugar donde interactúan lo simbólico y lo pulsional. Es una parte integral de la subjetividad, ya sea como reglas generales de pensamiento, deseos y juicios, o como un medio donde la pulsión encuentra objetos de satisfacción y se enfrenta a las manifestaciones pulsionales del otro. Los impulsos necesitan, en particular, los creativos, necesitan el “juego”, el “juego” o la zona intermedia para no convertirse en un pantano, condenado a desaparecer por evaporación. (p. 24)
Muchos analizandos habían despojado la cultura, lo social, de un espacio de creación, un espacio lúdico y potencial. Resulta que, en gran medida, como ilustran los ítems anteriores, en ciertos aspectos las culturas de las grandes ciudades globalizadas también han perdido estas características, favoreciendo así esta alienación del otro. Lo infantil, cuando es acogido por el dispositivo analítico en presencia viva de un analista con el cual el juego transicional puede tener lugar, favorece la emergencia de lo creativo de la vida, donde lo pulsional y lo cultural se entrelazan y expresan creativamente un potencial silenciado en otros contextos.
A modo de conclusión: Lo infantil “a flor de piel”
Nuestro recorrido destacó que lo que interesa al psicoanalista hoy no es un infantil fáctico, de hechos, sino un infantil vivo, en movimiento, que puede dar lugar a una historización simbolizante, que apunta a lo nuevo, a la neogénesis, recuperando dos nociones centrales del pensamiento clínico freudiano en torno al tiempo, el après-coup y el apoyo (Anhelung), en las que la pareja pulsión-objeto se entrelaza irrevocablemente en los acontecimientos.
Lo que llamamos entonces la capacidad de historización obedece al corolario de los procesos de simbolización que estará ligado a complejos mecanismos psíquicos nombrados por varios autores: a la retranscripción del rasgo, el procesamiento psíquico de los “signos de percepción”, producto de experiencias traumáticas no metabolizables (Laplanche, 1988), la figurabilidad (C. Botella y S. Botella, 2001), la transformación de lo vivido inscrito en la experiencia.
Mencionamos varias veces la inscripción de la “vivencia” (Erlebnis), ya que creo que nos ayuda su comparación con la idea de “experiencia” (Erfahrung). Mantengo los términos en alemán, ya que se refieren al uso freudiano y también a la caracterización que hace Walter Benjamin de ellos, lo que creo que es muy significativo para nuestro campo. Erfahrung contiene la raíz farhen, que alude al movimiento de cruzar, viajar. Estamos en el territorio de la sedimentación narrativa, a partir de la acumulación temporal y generacional de tradiciones que se actualizan en mitos, leyendas y refranes, y que conectan generaciones. Tienen una dimensión imaginaria, pero esto sirve como contexto y soporte para una dimensión simbólica. Erlebnis, en cambio, se refiere más al instante, a la experiencia individual singular, menos conectada con la comunidad de hombres. ¿Cómo situar lo infantil en esta dialéctica de la vivencia y la experiencia, desde la perspectiva psicoanalítica actual y el tiempo que nos toca vivir? Muchos de nuestros analizandos reportaron vivencias, sensaciones, fantasías y pensamientos intolerables en función de la pandemia de Covid-19.
La dimensión temporal se vio totalmente eclipsada por lo actual, presente absoluto. Incertidumbre con respecto al mañana, el pasado que se va quedando lejos: el presente reina, absoluto, como acontecimiento difícil de ser metabolizado.
No deja de evocar condiciones primordiales de la constitución subjetiva, anteriores al nacimiento del pensamiento y dominadas por la urgencia de la necesidad. Percibimos las resonancias con lo infantil y su actualización “a flor de piel”. Los sueños se intensificaron, muchas veces nos parecían una especie de trabajo de minería de recuperación, de recursos de otros tiempos para lidiar con los desafíos de una actualidad avasalladora. Soñamos para poder metabolizar, representar, para fortalecer lo que podrían ser anticuerpos psíquicos con los cuales enfrentar lo tóxico de una experiencia avasalladora y amenazadora.
Los escenarios del aislamiento social colocaron en juego el lugar que ocupamos como analistas frente a situaciones regresivas que envolvían intensas angustias ante momentos de soledad o, por momentos, de presencia invasiva e insoportable de otro. Estamos más en contacto con nosotros mismos, nuestros cuerpos, nuestros fantasmas. Para algunos, esta situación de privación de la presencia de otros puede haber sido reductora de ansiedades fóbicas y funcionar como refugio temporario, pero para otros puede haber intensificado angustias paranoides, claustrofóbicas.
El estado de emergencia e incertidumbre se aloja como perplejidad, que en algunos analizandos puede generar efectos desestructurantes, hasta llegar a cuestionar los pilares que sustentan la representación de sí. En la medida en que la confianza es uno de los elementos que contribuyen a aplacar el sentimiento de desamparo constitutivo, cuando esta se ve amenazada por diferentes motivos e instancias sociales ‒familia, escuela, trabajo, gobierno; negligencia, incapacidad, desconsideración, autoritarismo‒, son movilizados aspectos traumáticos de lo infantil, lo que genera sentimientos de impotencia, revuelta o sumisión al agresor. Son efectos ante una condición pasiva que posee el potencial de reactivar, a su vez, efectos residuales del encuentro con el otro.
La perspectiva de Winnicott del espacio potencial y los fenómenos transicionales nos ayuda a comprender la aparición de las primeras mediaciones simbólicas. Hubo, a pesar de la urgencia y del inicio inmediato del análisis a distancia, un surgimiento creativo en el contexto de algunos análisis, una incipiente transformación en relación con lo infantil y el inicio de una apertura a la reapropiación de áreas de la personalidad que hasta entonces no parecían existir por la fuerza de los clivajes defensivos impuestos.
Si Winnicott nos dice que el análisis se desarrolla en la intersección de dos áreas de juego, la del analista y la del analizando, podemos señalar otra imagen que nos habla de la soledad compartida. Sí, vivimos angustias y riesgos inherentes a las semejanzas y superposiciones del mundo de nuestros analizandos. Así como destacamos la importancia del otro en la constitución de lo infantil, el analista, en el lugar de ese otro, puede a veces abrir una brecha que, cuando no se vive como ausencia o intrusión, abre una nueva relación con la alteridad y la realidad absolutizada en un presente sofocante.
El análisis tiene el potencial de conectar al individuo con su historia y con la historia de las generaciones que le precedieron, con la cultura a la que pertenece, ampliando y resignificando el campo de Erlebnis, restaurando o instituyendo un tiempo colectivo, simbólico, en el que lo nuevo y lo viejo obedecerán no a una lógica de sumisión o subordinación, sino a un movimiento crítico. Esto puede deberse a una tercera percepción del tiempo en el contexto del análisis: Kairós, tiempo justo, tiempo que da sentido, tiempo de vértigo pero de reordenamiento de la subjetividad, ganando así el estatus de Erfahrung [experiencia] compartida.
Lo infantil no emerge solo como resistencia, sino como invitación a la búsqueda de una experiencia creativa y reparadora (neogénesis) de lo que no pudo ser experimentado como continuidad de ser, como expresión potencial del self, como impulso creativo y que por incapacidad o inadecuación del objeto primario debió ser reprimido o clivado.
Transformar la relación con lo infantil no significa eliminarlo, sino permitir una reordenación, una resignificación para que lo nuevo pueda advenir. Fuente de desilusión o inspiración, nunca dejará de ser referencia.
Resumen
El objetivo de este texto es presentar la importancia fundamental de lo infantil para la clínica y la teoría psicoanalíticas. Lo infantil puede ser aprehendido en la experiencia psicoanalítica como expresión prínceps de la realidad psíquica, de la dimensión inconsciente de la subjetividad humana. Lo infantil no atañe solo a los analistas de niños, pues no es asimilable a la infancia o las fases de desarrollo; diferente del infantilismo comportamental, lo infantil obedece a una sobredeterminación causal, no linear, de composición abierta al acaso, a lo incierto. Lejos de una memoria fotográfica del pasado o de conductas infantiles en el adulto, lo infantil apunta a los modos de registro e inscripción de lo que Freud llamó Erlebnis, “vivencias infantiles”. La tesis nuclear es que, para el sujeto, en la clínica psicoanalítica e independientemente de preferencias por este otro modelo teórico-clínico, estará siempre en juego la eficacia de estas inscripciones, su metabolización y simbolización posible o no, y su fuerza pulsional viva en el presente.
Lo infantil no emerge solo como resistencia o testimonio de la represión de la sexualidad infantil, sino como representante actual y vivo de la búsqueda por una experiencia creativa y reparadora (neogénesis) de lo que no pudo ser experimentado como continuidad de ser, como expresión potencial, como impulso creativo y que, por incapacidad o inadecuación del objeto primario, debió ser reprimido o clivado.
Transformar la relación con lo infantil no significa eliminarlo, sino permitir una reordenación, una resignificación para que lo nuevo pueda advenir. Fuente de desilusión o inspiración, nunca dejará de ser referencia.
Descriptores: infantil, memoria, temporalidad, sexualidad infantil, encuadre
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