Hace meses que soy un profesional analógico dedicado a pensar cómo ser útil a los chicos y chicas adolescentes en el universo digital (que ya es el único universo posible). Publiqué 'El humanismo en tiempos digitales' y, ahora, acaba de llegar a las librerías 'No sense el meu mòbil'. Las personas adultas somos expertas en construir problemas que se supone tienen y analfabetas en saber leer sus vidas. Uno de esos problemas es, dicen, que su salud mental se deteriora por culpa de “las pantallas”.
Desamor entre adolescentes y psiquiatras
La tarea de escribir sobre esta cuestión resulta especialmente ardua porque se mezclan tres palabras o conceptos, usados con frecuencia de manera vacía o engañosa. Comenzaré por dejar constancia del desamor entre mis colegas psicólogos y psiquiatras y las adolescencias. Son malos “pacientes” (no nos aguantan pacientemente) y toda su exuberancia vital tiene un gran riesgo de ser interpretada en clave de síntoma. Si les aplicamos nuestros manuales sin haber aprendido a mirar sus vidas, todos están para encerrarlos.
“Si aplicamos a los jóvenes nuestros manuales sin haber aprendido a mirar sus vidas, todos están para encerrarlos”.
Lo de la salud mental, en general, suele ser tan complicado o más. Somos una colección de tribus que no quiere pactar lo básico sobre cómo entenderla y ser útiles en las vidas, inmersas en múltiples malestares, que acaban trastornándose. Hablar de pantallas, sin más, tampoco sirve. Cuando se pone en relación el mundo digital y la salud mental estamos obligados a afinar, aclarar de qué parte de esa salud hablamos y a qué actividad digital nos referimos. Además, no podemos decir que, dado que los adolescentes que vemos en la consulta se complican la vida con las pantallas, las pantallas generan problemas de salud mental.
“Cuando se pone en relación el mundo digital y la salud mental estamos obligados a afinar, aclarar de qué parte de esa salud hablamos”.
En los libros citados, para hablar del bienestar adolescente, también en el universo digital, que debemos construir, recurro a este resumen: “Que cada uno consiga saberse, conocer cómo es y, al mismo tiempo, posea una pequeña dosis permanente de necesidad de ser de otra manera; que gestione emociones, sentimientos, afectos; que no haya perdido las ganas de continuar descubriendo la vida; que tenga habilidades para abordar negociaciones y frustraciones, para contrastar los deseos con la realidad; que pueda aclarar los motivos de sus malestares; que tenga ganas de saber más, de continuar encontrando explicaciones a la vida; que continúe realizando proyectos; que las otras personas ocupen un lugar en su forma de ser y vivir”.
No ser lo que una pantalla nos dice que somos
Si lo aplicamos al universo digital, eso quiere decir, por ejemplo, que debemos pensar cómo se construye la identidad variable y múltiple en un universo en el que los espejos hablan y en el que el problema es cómo educar para no ser solo lo que una pantalla nos dice que somos. También supone poder imaginar futuros en el universo físico para no dedicarse a soñarlos en el universo digital. Que la única relación posible se dé en el universo virtual no debería ser el problema, sino cómo construir comunidad a la que pertenecer, en diversas dimensiones y contextos.
“Dialogar con un personaje virtual no debería ser el problema. El problema es que el adolescente sienta que es el único que le entiende”.
Dialogar con un personaje virtual no debería ser el problema. El problema más bien es que el adolescente sienta que es el único que le entiende. La multiplicidad de actividades que realizan en el universo virtual no deben ser la principal o única fuente de felicidad. Es un problema que las pantallas definan cómo se sienten o cómo deben sentirse, pero porque nadie les dijo ni les ayudo a descubrir sus sentimientos, sus emociones, la variabilidad de sus afectos. Etc, etc.
Nuestra obligación es pensar cómo se va modificando digitalmente su bienestar, no pensar primero en cómo aparecen los problemas.
Fuente: El Periodico
Psicoanálisis, Psicoterapia