El cúmulo de nuevas expectativas, responsabilidades y retos derivados del cambio de ciclo académico requieren de una preparación psicológica y emocional, destacan especialistas.
«Es importante entender que cada paso en el camino escolar implica mucho más que avanzar de nivel académico (…); el regreso a clases es una experiencia compleja que puede vivirse como amenazante y/o desafiante», explica Delia Hinojosa, integrante de la Asociación Psicoanalítica Mexicana.
«Lo nuevo se puede vivir como algo que abruma, que se desborda o que se desorganiza».
De acuerdo con la doctora en Investigación en Psicoterapia, la universidad es el nivel educativo más exigente al combinar un incremento en las demandas académicas, profesionales y sociales con el desafío de demostrar la identidad, de sostener una vida más autónoma y de tomar decisiones importantes.
«Es la etapa en la que se construye la vida adulta y muchos jóvenes, aunque sean brillantes académicamente, pueden desorganizarse emocionalmente al no saber manejar el estrés, forjar nuevos vínculos o lidiar con la incertidumbre», precisa.
«La preparación para entrar a la universidad no solamente debe hacerse a través de los libros y las clases en las que uno se inscribe, sino que requiere una revisión profunda del estado emocional, de las redes de apoyo y de los recursos personales para sostener el ritmo en esta etapa de la vida».
Lo anterior puede cobrar mayor desafío al volver de un lapso vacacional o la suspensión temporal de los estudios, complementa Oscar Galicia, experto en neurociencias de la conducta.
«Resulta muy difícil regresar de un período regulado, con actividades y amplio tiempo libre, pues los jóvenes deben volver a organizar sus horarios y hábitos para ser puntuales, responsables y cumplir tanto con asignaturas como con pendientes», aclara.
Quienes no logran adaptarse al nuevo ciclo de forma exitosa son propensos a desarrollar diversos síntomas y padecimientos, como ansiedad, aislamiento social, crisis vocacionales, desregularizaciones alimentarias, sentimientos de desesperanza e irritabilidad, deterioro de las relaciones afectivas y «burnout» o síndrome de agotamiento académico.
«El autocuidado se vuelve central», subraya Hinojosa.
Comienzo idóneo
En las primeras semanas de clases, los estudiantes deben hacer una organización realista de su tiempo a fin de determinar qué lecciones y actividades podrán tomar sin saturarse ni afectar sus períodos de descanso. Llevar una agenda física o digital les permitirá tener un mejor control de sus acciones y establecer lapsos específicos para cada labor, comenta Hinojosa.
«Deben considerar sus clases, el tiempo de estudio y de traslado, la vida social, las tareas y los descansos. No deben sobrecargarse», acentúa.
Explorar los servicios de apoyo universitario a su alcance como los de tutoría, de orientación vocacional, de psicología o de apoyo académico, así como reforzar las redes de apoyo, ya sea al reconectar con grupos de estudio y amigos, al participar en actividades extraescolares o al integrarse a clubes complementarios, son aspectos fundamentales que no deben pasarse por alto.
«Estas acciones fortalecen el sentimiento de pertenencia al reducir la sensación de aislamiento (…); saber que hay recursos disponibles es tranquilizador y útil en momentos de crisis», aclara.
Asimismo, Galicia exhorta a los jóvenes a cuidar sus hábitos alimenticios, a tener una adecuada higiene del sueño y a mantenerse activos aún en los momentos difíciles.
«Durante los períodos de estrés deben tomarse 10 minutos, levantarse, caminar y activarse. Habrá quienes canalizarán ese sentir en el ejercicio físico demandante o extenuante, pero también habrá quienes prefieran caminar calmadamente por lugares bonitos, agradables o cercanos a la naturaleza», explica.
«No caminas ni te ejercitas para resolver tus problemas, lo haces para desconectarte, para relajarte y hallar tu centro».
Sostén emocional
Al cultivar hábitos de autorregulación, los estudiantes aprenden a reconocer las emociones, a frenarse cuando están desbordados, a distinguir las equivocaciones del fracaso, a usar la experiencia universitaria como espacio de ensayo, a ajustar las expectativas, a regular los pensamientos negativos y cuidar el diálogo interno, aclara Hinojosa.
En momentos de mayor presión académica, como temporada de exámenes, de trabajos finales e inclusive al empezar a redactar la tesis deben priorizar la organización y la anticipación sobre la improvisación; es decir, deben jerarquizar sus pendientes con base en las fechas de entrega y destinar tiempo a hacer pausas activas y conscientes, agrega la psicoterapeuta, quien también es miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional y de la Federación Psicoanalítica de América Latina.
«Estudiar sin parar no es productivo, hay que tener pausas para que el cerebro consolide lo que ha aprendido y se prevenga el agotamiento mental», clarifica.
«También se deben reservar espacios para reír, hablar y socializar. Esto genera un sostén emocional vital para cuando las exigencias suben».
En pequeñas dosis y durante breves períodos, el estrés puede fungir como una fuerza positiva en el desarrollo de las personas: impulsa la ejecución, la motivación y la imaginación, pero cuando se torna excesivo, constante e insuperable se convierte en un agotamiento físico y mental que sobrepasa a los jóvenes y merma sus capacidades hasta el límite.
«Una persona puede ser extraordinariamente capaz, pero si está fundida, no podrá resolver ni el problema más simple», esclarece Galicia, «no es que no tenga la capacidad, es que está frita».
Acciones preventivas
Durante la universidad, la carga académica, el anhelo por sobresalir y cumplir con múltiples expectativas, la falta de redes de apoyo y la presión constante son factores que propician el «burnout» estudiantil, indica la Universidad Piloto de Colombia. A decir de Galicia, académico de la Ibero, una de las formas más eficaces para prevenirlo es a través del descanso y la relajación.
Los estudiantes deben aprender a dejar de pensar en sus preocupaciones, pendientes o asignaturas fuera del tiempo destinado a la escuela y aprovechar los espacios para la distensión al reposar e incitar la recuperación física y mental.
«Descansar no sólo es echarse en el sillón, es conseguir un período de descanso, de reposo, de tranquilidad», comenta.
«A veces, separarnos de nuestros problemas es lo más difícil, pero si seguimos pensando en ellos y no nos relajamos, el descanso no sirve».
Si bien el sueño restaura el bienestar, practicar yoga, meditación y taichí, por ejemplo, o incluso hacer respiraciones profundas algunas veces al día puede ayudar a aliviar la tensión y desconectar, según la Clínica Mayo.
En caso de que los recursos y las estrategias personales no sean suficientes, Galicia urge a buscar compañía y asesoramiento en círculos cercanos y profesionales de la salud. Las líneas de atención en crisis brindan auxilio inmediato; platicar con amigos, familiares o mentores abre espacios de desahogo, mientras que recibir tratamiento por parte de especialistas en el campo permite atender los problemas e implementar prácticas de autocuidado.
«Lo importante es saber cuándo ya no estamos en control de la situación», enfatiza el experto en neurociencias de la conducta.
Fuente: El Regional Coatepec
Psicoanálisis, Psicoterapia