EL PODER DEL MITO Y EL MITO DEL PODER: LOS SELKNAN Y EL MATRIARCADO
DRA: JULIA LAUZON- APCH
INTRODUCCIÓN
El método de ubicar el mito en su contexto sociocultural, en cuyo seno vivimos tiene implicancias afectivas y una de ellas, es el examen de las raíces de nuestra identidad latinoamericana.
La mitopoyesis es una función primordial de la condición humana, nunca desaparece y se encuentra a la base de la estructura del sujeto, de la familia y de la comunidad. El mito se origina en las fantasías inconscientes y se va organizando y cristalizando en permanente interacción con las experiencias vitales. Su contenido siempre dramático, es símbolo, mensaje críptico y forma de comunicación con lo divino, la naturaleza y lo humano.
Los mitos chilenos están signados por el predominio de la imagen paterna distante, ambivalente o disociada y de la madre primitiva e idealizada, además del conflicto entre hermanos común al resto de nuestro continente latinoamericano, en el que coexisten culturas diversas.
El poder y el amor entrelazando la vida y la muerte, se rescata a cada paso, brillando en sus múltiples manifestaciones parciales.
Los mitos muestran cambios evolutivos, procesos de transculturación, degradaciones. Estos cambios han quedado cristalizados por falta de una adecuada simbolización. La negación y el repudio, operando para sostener ciertos sistemas de valores, son los mecanismos más observados. Los conflictos no
simbolizados ingresan en una repetición compulsiva expresada como estancamiento y búsqueda de soluciones mesiánicas que inundan de ideologías los fracasos en el terreno socio- político- cultural.
En la historia aborigen de Chile austral desde hace más de 12,000 años, los cazadores terrestres eran grupos nómades, que con el paso de los siglos históricos constituyeron dos etnias, la Tehuelche, aonikenk y los Onas o selknam que poblaron estepas y bosques de Tierra del Fuego (FOTO1).
A fines del siglo XIX los “grupos de cazadores de indios” que organizaron expediciones de exterminio, las matanzas descarnadas, (FOTO 2) las deportaciones masivas, las enfermedades infectocontagiosas y el alcoholismo, introducidas por el hombre blanco, sumadas a las luchas internas, diezmaron la resistencia física y moral de los selknam desencadenando directa o indirectamente un rápido proceso de extinción. De tales raíces se eleva una estructura narrativa en la que lo mítico parece transmutarse en una historia tradicionalista de los festejos de la ceremonia del Hain.
La brecha catastrófica que produjo la invasión española hizo desaparecer lo histórico. Vuelta al suelo mítico alcanza los estratos más arcaicos por la reactivación ritual que va a hundirse más allá del relato sobre los orígenes. (Hernández, M; Lemlij, M, y otros, 1987).
El Mito del Matriarcado entre los Selknam-Onas que antecede a la Ceremonia Iniciática del Hain corresponde en una clasificación práctica a los mitos mayores o indígenas
Los selknam no titulaban sus mitos. En la época de los hoowin, seres del tiempo mítico, las mujeres gobernaban sin piedad a los hombres. Obligados a cazar, proveían lo necesario para la vida, se ocupaban de los niños y de las tareas domésticas (Gusinde, 1982, II, p 840).
Vivían sometidos por Luna (Kreeh) chamán, esposa de Sol (Krren) y aterrados ante Xalpen, temible espíritu femenino. En un verdadero régimen de terror explotaban sus creencias con las “apariciones” de los espíritus, que eran las mujeres disfrazadas. Se protegían con el más riguroso secreto, revelado solo a las jóvenes en la ceremonia del Hain en la Gran Choza, prohibida a los hombres amenazados de muerte. Luna (Kreeh) era la figura más extraordinaria. Además de ser una chamán importante, la voz de mando indiscutida de hombres y mujeres. Para mantenerlos subordinados Luna decidió demostrar que los espíritus del hain eran caprichosos, arbitrarios y tan poderosos que todo estaba bajo su merced, incluidas las mujeres. Alistaban máscaras y pinturas, ensayaban con anticipación las posturas y movimientos de los espíritus para alucinar a los hombres. La escenificación debía provocar admiración y temor en ellos, excitar su imaginación para que quedaran impresionados con el poder de los espíritus.
Un día Sol descubrió uno de los ensayos y escuchó los cínicos comentarios de las jóvenes. Comprendió quela ceremonia no era más que un engaño para perpetuar la servidumbre y con toda su voz ordenó que las mujeres fueran ultimadas. Atacaron a ciegas a sus esposas y a sus hijas. Sólo se salvó Luna (Kreeh). Fue tan golpeada por Sol con un leño humeante que con el rostro desfigurado huyó al firmamento. Siempre se verá desde la Tierra llena de manchas y Sol perseguirá a Luna sin alcanzarla jamás.
Este “Matriarcado” fue destruido por una rebelión organizada por la conspiración de los hombres. Todas las mujeres ancianas, jóvenes y niñas fueron abatidas.
Entonces los hombres, niños y niñas “inocentes” por ser muy pequeñas, emprendieron una larga marcha en busca de los límites del universo. Todo ese tiempo guardaron duelo por la muerte de sus mujeres. ¿Cómo harían para conservar la superioridad que habían conseguido, antes que crecieran las niñas? Formaron una sociedad secreta, proscribieron para siempre de la Choza del Hain a las mujeres y el más distinguido de ellos iba a dirigir el Hain.
Pese a la simplicidad de su tecnología, estos cazadores poseían un mundo de creencias de gran riqueza que expresaban a través de sus mitos, ceremonias sociales y leyendas.
La principal ceremonia era el Hain o Kloketen. Reunión secreta organizada por los hombres, destinada a la iniciación de los adolescentes masculinos, quienes pasarían a formar parte de los cazadores adultos una vez superadas múltiples pruebas. Duraban dos o tres meses. No sólo era un rito, sino una prolongada experiencia educativa y la ocasión de reafirmar el rol dominante del hombre en la sociedad.
Este complejo evento constituía en su conjunto, el eje cultural y psicológico de la comunidad selknam. (No será revisado en cada uno de sus aspectos). Kloketen era un novicio, que entre los 17 y 20 años podía repetir el rito de iniciación dos o tres veces si los mayores no estaban satisfechos con el cumplimiento de las pruebas. (FOTO 3) Tomando en cuenta su capacidad para guardar el secreto, demostraban su valentía con pruebas vinculadas a la caza y obtención de alimentos. Solos en el bosque, no podían disparar a un espíritu que los mataría de inmediato. A cada uno se le asignaba un supervisor escogido por los consejeros del Hain. De regreso contaban sus experiencias con espíritus que los amedrentaban o golpeaban y los hombres mayores fingían horrorizarse aumentando el miedo de los jóvenes.
El Rito de Paso, se refiere al momento de separación de sus madres. Conducidos hacia la Choza del Hain donde los hombres habían formado un círculo cerrado, era Shoort, quien, agazapado, saltaba sobre el desnudo Kloketen e intentaba voltearlo atrapando sus piernas. Bruscamente comprimía los genitales del joven, quien soportaba el dolor con las manos enlazadas sobre su cabeza, sostenido firmemente por el supervisor. Finalmente, tiraba de ellos con violencia. El joven conmocionado por el suplicio estaba aterrorizado por lo que pudiera seguir. Era derribado y entonces lo instaban a defenderse y comenzaba la lucha. El Kloketen furioso por la tortura se abalanzaba sobre Shoort. El consejero detenía la lucha y el Kloketen se acercaba con cautela para comprobar que no era un espíritu de roca. Era uno de ellos y podía ser identificado. Sorteada la crisis y la indignación, tomaba la máscara y saltaba de alegría. Había ingresado en el secreto.
Los espíritus del Hain (FOTO 4).
Eran representados por los hombres físicamente más adecuados en un despliegue creativo de máscaras y cuerpos desnudos pintados
Shoort era el espíritu más dinámico y activo del Hain. El más temido por madres y niños, el que torturaba a los Kloketen durante el rito de iniciación.
Vivía bajo tierra con la espantosa Xalpen, representa al Sol y el complejo simbolismo del Hain. Controla el poder femenino nocturno de Luna que amenaza con reinstalar el matriarcado.
Shoort simboliza a ambos en pareja, cuando pertenecían a los seres míticos que poblaron los cielos. Es una figura combinada. Dirigió la gran rebelión durante la cual las mujeres fueron masacradas, quien instauró el Hain masculino y fundó la sociedad patriarcal. Sus sirvientes mostraban actividades lúdicas cargadas de burlas, alusiones eróticas que podemos vincular con funcionamientos perversos polimorfos. A veces llevaba un Kloketen al inframundo para complacer a Xalpen, su mujer. En estas ocasiones las madres temían no volver a verlos.
Kosmenk (FOTO 5): su color básico es el rojo con anchas bandas verticales blancas y una máscara cónica. Representa al hombre engañado por su mujer infiel, este espíritu busca con frenesí a su infiel compañera y sus actuaciones causan hilaridad entre las mujeres.
Tanu (FOTO 6): Hermana de Xalpen. Su figura es impresionante, tiene el vientre abultado, es apacible e inofensiva. Toda la riqueza y la creatividad de la fantasía selknam se manifiesta en este espíritu que fue presentado en el primer Hain masculino, después de la masacre de las mujeres. Tanu es testigo de lo que ocurre en el escenario. Es de noche, arde una fogata y los Kloketen se pintan de rojo. El que va a encabezar la danza se agrega una banda blanca desde el cuello a los genitales. Todos se punzan la nariz hasta que la sangre les moje el pecho. Si no es suficiente se ponen sangre de guanaco.
Cada una de las niñas lleva consigo un trozo de piel de guanaco con el que trata de limpiar la sangre del rostro o del pecho de su hombre favorito, alguien con el que puede casarse, según las reglas de parentesco. El hombre elegido responde empujándola con los codos, jugueteando.
Xataix, Ulen y Keternen, se relacionan con mitos de nacimiento y muerte. (Chapman A. p. 259). Xalpen por sus relaciones con los Kloketen, se embaraza, con los dolores de parto arroja un arco en señal ominosa que anticipa la muerte. Usando su larga y filosa uña destripa a los Kloketen. Una terrible mujer fálica.
Keternen, él bebe será llevado con ella a ultratumba. Aparece el amado Ulen, el pequeño recreador de vida permitirá que los Kloketen regresen mientras el chamán anuncia la llegada de Keternen, adornado con hileras paralelas de plumón y pintura roja, negra o multicolor, colocada en filas verticales, produce un efecto resplandeciente.
Kataix (Foto 7): panzón, de largos cuernos (corresponden a un pececillo de un antepasado mítico metamorfoseado), es el único que puede dominar los accesos de ira de Xalpen. Muestra su poder, enviando a los Kloketen sin máscaras para que sean vistos por las jóvenes, desafiando a Xalpen, celosa de sus amantes. Es la única vez en toda la ceremonia que llevan el rostro descubierto, ante el embeleso de sus madres.
Los documentos Salesianos y las comunicaciones de los informantes selknam sobrevivientes lo ubican como un espíritu asociado con la tierra.
Observaciones y Reflexiones
La relación madre-hijo, es de supremo significado en la ceremonia Hain. Entre sus múltiples manifestaciones se destaca una, jubilosa y tierna, sintetizada en la palabra hanè: persona buena. Entre los “juegos de las mujeres solas” en el primer día, cuando los iniciados son sometidos a las torturas del Rito de Paso, hanè se refiere a la madre que imita, se identifica con su hijo al ser iniciado. Llamativamente también hacen el papel del padre, a quien cariñosamente le piden permiso para ir a “jugar”, aunque esté ausente.
La ceremonia tenía sabios fundamentos dirigidos a los comportamientos con las mujeres: no despertar celos; no casarse con su hermana manteniendo la línea patrilineal con excepción de que fuera la hija de un Ché (término generacional, aplicado a todos los tíos matri-laterales, significa “gente”, yo-soy); respetar a todas las mujeres por ser madres, especialmente a las ancianas, madres de todos; controlar alimentos para no ser obesos y privilegiaban: el trabajo, el valor, la generosidad y no perdonar ofensas. Debían vengarse siempre, aún de los parientes.
La enorme riqueza de esta ceremonia desalienta cualquier pretensión de un análisis global. Se la puede examinar utilizando dos códigos simbólicos o sistemas semánticos: el sagrado y el profano. El sagrado vincula la ceremonia y la sociedad con los antepasados mitológicos y con los poderes que emanan del universo a través del concepto metafísico de los cielos. (Lauzon, 1996). Representan a los espíritus y a sus antepasados míticos. Se aplica a Shoort y al Mito del Matriarcado. Las mujeres no eran acusadas de fabulación o de inventar a los espíritus, sino de encarnarlos con engaños.
Xalpen, se ubica en un polo sagrado y ritual, sin referencia a un antepasado mítico es el único espíritu presentado como una efigie no antropomórfica. Se creaba entre Luna y Xalpen la imagen monstruosa, que permitía personificar y controlar a una terrible divinidad femenina análoga a la luna de los eclipses. Los atributos de estos dos personajes sobrenaturales, complementarios y constantes logran dotar al símbolo femenino monstruoso de más fuerza, poder y mayor credibilidad. Los rituales dedicados a Xalpen y Luna tenían un objetivo dialéctico: presentar el poder femenino como peligro inminente de aniquilación total con retorno al matriarcado y así unir la comunidad en su propia defensa.
Los hombres no temían representar a Xalpen. En esas escenas rescataban el erotismo polimorfo sexual infantil y el goce lúdico, sin transgresión incestuosa. (Meltzer, D)
El código profano sirve a los fines pragmáticos: iniciar a los jóvenes, disciplinar a las mujeres, recrearse e intensificar el placer y la alegría de reunirse. La escena de Ulen es un ejemplo.
Los espíritus serios, peligrosos y provocativos, burlones en algunas escenas, son seductores o alegres en otras, provocando intensa turbulencia emocional. Los ataques por voracidad y envidia de los hombres proyectados en Xalpen, son esencialmente morder, rasgar y vaciar como ataques primitivos sádico-orales y anales, al objeto parcial pecho con intención de despojarlo de su capacidad nutricia. Posteriormente, al hacerse extensiva a las madres, en tanto objeto total al entregar sus hijos, le será sustraído también la belleza de sus logros. Las escisiones son frecuentes. De los objetos buenos dañados en la masacre del matriarcado, deriva la persecución. Los objetos malos producían frustración y depravación, como en las situaciones edípicas tempranas (Meltzer).
Hallamos el objeto paranoide configurado por la identificación proyectiva de una parte criminosa del self en los objetos buenos, especialmente el pecho. Está relacionado con la desconfianza que sienten hacia sí mismos, la corrupción y el sometimiento al poder, la falta de confianza en su propia capacidad de amar y su tendencia a mantener secretos y conspirar, manteniendo un terror especial hacia los objetos muertos, en los seres de ultratumba. Se hace evidente la incertidumbre frente a la idea de que los que han muerto, pueden volver a la vida.
Cuando a la persecución se agrega la confusión, aumenta la tendencia a la actuación, elaborada en la teatralización de ritos y ceremonias que incluyen la creatividad imaginativa y los intentos de reparación de los objetos en las fantasías inconscientes, a veces en forma omnipotente. Las pseudo reparaciones se observan en los torbellinos maníacos de algunas escenas.
El padecimiento del profundo duelo, por la masacre de sus mujeres, antes del primer Hain masculino, creo que introduce situaciones reparatorias más estables. Un nuevo sentido a la escena primaria, no solo se puede elegir pareja y disfrutarla, sino que aparece el fruto creativo, el bebé. No hay duda de que la mujer fálica, el objeto combinado están presentes en las imágenes desde esta perspectiva teórica, sino también la amenaza de castración, la homosexualidad y la muerte, en la compulsión a la repetición.
Al parecer no se ha logrado conocer el poder del matriarcado. Sin embargo, el poder del mito logró la instauración del Hain de los hombres y la ceremonia iniciática de los Kloketen.
La creatividad lúdica, agresiva y placentera de los mitos de este pueblo apuesto y vigoroso, constituido por guerreros, chamanes, fabricantes de canastas y soberbios arcos y flechas, aflora en los cuerpos pintados de sus mimos, bailarines y cantantes, y se hunde con su desaparición.
El matriarcado en los selknam aparece como el poder del Mito para acceder al Poder de instalar el Hain de los hombres con sus ceremonias iniciáticas.
En general, se entiende por matriarcado a las sociedades donde un grupo de mujeres tiene el poder político, económico y su área de creencias.
La existencia de comunidades de este tipo a lo largo de la historia de la humanidad ha sido, y sigue siendo, muy controvertido. No hay consenso y los debates, nutridos por largos estudios de experimentados profesionales de distintos ámbitos, en un intento multidisciplinario, continúan aportando la importancia de la participación de la mujer con nuevos descubrimientos, sin que se logre un aporte definitorio.
Los especialistas no han encontrado evidencia arqueológica ni etnográfica que permita afirmar que las mujeres dominaran y explotaran a los hombres, en alguna sociedad del pasado. La descripción de religiones en las que aparecen diosas no evidencia automáticamente una dominancia femenina.
Si por patriarcado se entiende una forma de organización social en la que los hombres ejercen la autoridad en todos los ámbitos, dominan a las mujeres y se aseguran la transmisión del poder y la herencia por línea masculina, se conocen numerosas sociedades patriarcales tanto actuales como del pasado, aunque el grado de desigualdades entre los sexos sea muy variable.
Las múltiples investigaciones emprendidas hasta ahora no han podido demostrar que en la historia de la humanidad hayan existido sociedades matriarcales como si fueran una organización semejante a las patriarcales
Carmen Olária, (2015) ha señalado que la organización social que podemos atribuir a las primeras comunidades humanas paleolíticas es la de tribu o clan, con un sistema igualitario, en las que es muy probable que las relaciones sexuales se mantuvieran comunalmente.
Los lazos de parentesco serían entonces exclusivamente matrilineales, ya que sólo la mujer podía reconocer a su propia progenie. Este hecho permite pensar en la existencia de un matrilineado en vez de un matriarcado durante el paleolítico. Por su parte, la arqueóloga Encarna Salahuja sugiere que las sociedades no patriarcales, de las que sí hay evidencias, no deberían denominarse matriarcado, sino sociedades matristas o sociedades con autoridad femenina.
Actualmente un conjunto apreciable de expertos considera que la palabra matriarcado sólo podría usarse con propiedad para definir una comunidad en la que las mujeres dominen y exploten a los hombres, como en el Hain femenino de los Selknan, y no existen evidencias sólidas sobre una sociedad en la que una jerarquía femenina controle todos los aspectos de las vidas y actividades de los hombres. Por esta razón, el término matriarcado como descripción de las culturas prehistóricas es mayoritariamente rechazado.
No pretendo profundizar, pero si reconocer que el estudio pionero sobre sociedades del pasado dominadas por mujeres se debe al antropólogo Johann J. Bachofen (1815-1887). En 1861, publicó un libro titulado El derecho materno (Das Mutterrecht), que tuvo un notable impacto en el pensamiento de su tiempo. Inspirado en los mitos griegos, Bachofen creía que la cultura europea temprana había pasado por tres estados básicos sucesivos. En el primero, caracterizado por la barbarie, ningún sexo controlaba nada porque el control no existía. En el segundo estado, la autoridad, tanto en la familia como en la tribu, estaba en manos de las mujeres y reinaba la promiscuidad sexual. Debido a la dificultad para establecer con certeza la paternidad, ya señalado, la filiación sólo se realizaba por línea femenina. El tercer y último estado surgió más tarde, cuando estas ginecocracias fueron reemplazadas o convertidas en patriarcados y la humanidad alcanzó un alto grado de organización.
Bachofen calificó a las sociedades controladas por mujeres como un tiempo de escasa civilización. Consideró que el desarrollo del patriarcado marcó el triunfo de cualidades masculinas como la racionalidad y el orden sobre cualidades femeninas inferiores, del tipo de lo emocional y el desorden. La experta arqueóloga Joan Marler (2006), señala que J. J. Bachofen nunca usó el término matriarcado, aunque sostuvo la existencia en el pasado de sociedades controladas por mujeres. Fue el primero en reconocer científicamente la existencia de sociedades con dominio femenino, y se ha prestado mucha más atención a su concepción de la superioridad masculina.
Hoy en día, la disputa en torno a la distribución del poder en las sociedades del pasado está aún lejos de cerrarse. Un número sustancial de estudiosos sostiene que, independientemente del término que usemos —matrilineal, matrista o el más discutido matriarcado—, con los datos disponibles no se puede negar que en las sociedades del paleolítico superior las mujeres tuvieran un papel significativo. La mejor prueba de ello es la iconografía casi exclusivamente femenina que alcanzó un alto grado de organización.
Las estatuillas paleolíticas o algunas pinturas descubiertas en las cuevas donde abundan símbolos femeninos, podrían ser un valioso testimonio de que en aquellas sociedades se rendían honores a las mujeres y a sus actividades. Y que las interpretaciones más recientes reflejan que las mujeres en el Paleolítico eran importantes como lo exponen estas estatuillas.
Esas pequeñas tallas femeninas han generado una literatura que ha incluido discutidas teorías sobre su papel de diosas, símbolos de la fertilidad y maternidad, o bien su función de objetos eróticos. No reflejan solo desnudez, cuerpos de mujeres embarazadas, mórbidos o de significados eróticos con extremidades no bien desarrolladas. Curiosamente, muchos de los estudiosos que con tanta meticulosidad las analizaron, aparentemente no advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar ropas o adornos corporales.
Una detallada observación apoyada en el uso de los métodos y técnicas más modernas ha desplazado en no pocos debates el foco de atención desde la desnudez de las imágenes a la presencia de posibles, aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo interesante de estos ornamentos, dispuestos en la cabeza o en otras partes del cuerpo, es que dan la impresión de estar delicadamente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera, tendrían un considerable significado porque podrían estar relacionados con los primeros pasos de la producción textil o de la cestería. La pregunta vibra en el aire: ¿Serían las mujeres paleolíticas capaces de tejer los primorosos adornos que lucen?
Las interpretaciones más recientes reflejan que las mujeres en el Paleolítico eran importantes y la idea de que la opresión y la marginación de las mujeres es un hecho natural que ha existido desde los orígenes de la humanidad ha sido abandonada paulinamente.
Autoras como Encarna Sanahuja (2002) y otras expertas consideran probable que, durante la mayor parte de nuestra larga prehistoria, nuestros antepasados vivieran en grupos colectivos en los que disfrutaban de una relativa igualdad entre los sexos. La situación de sometimiento de la mujer sería, por tanto, un constructo social, un producto de la organización de las sociedades modernas.
Nos advierten que en muchas ocasiones el «actualismo» ha invadido la ciencia, y por lo tanto hay que ser prudentes ante las generalizaciones basadas en la universalidad del presente. No validan la interpretación del comportamiento humano basándose en conductas seguidas en los últimos diez mil años, sólo porque de esta época se tienen datos fiables y de los tiempos lejanos la información se vuelve más y más borrosa a medida que se adentra en el pasado.
Resumen
Los mitos chilenos están signados por el predominio de la imagen paterna distante y de la madre idealizada. Algunos muestran cambios evolutivos, procesos de transculturación sin adecuada simbolización.
Ingresan en una repetición expresada como estancamiento y búsqueda de soluciones mesiánicas que inundan de ideologías los fracasos en el terreno sociopolítico- cultural.
Los Selknam (Onas) de Tierra del Fuego no titulaban sus mitos. Se describe la ceremonia iniciática del Hain, la narrativa informa como antecedentes el mito del matriarcado, la masacre de las mujeres y el ingreso al Hain masculino con sabios fundamentos dirigidos a los jóvenes iniciados: los kloketén.
Esta ceremonia vincula la sociedad Selknam con sus antepasados mitológicos y con los espíritus representados por ellos mismos. En un despliegue creativo de máscaras y pinturas corporales recreaban escenas y personajes que provocaban gran turbulencia emocional. Son examinadas desde los códigos simbólicos sagrado y profano con reflexiones sobre las ansiedades y duelos que configuran tendencias a conspirar, mantener secretos y un terror especial hacia los muertos. Cuando a la persecución se agrega la confusión, aumenta la tendencia a la actuación elaborada en la teatralización de ritos y ceremonias que incluyen la creatividad lúdica, agresiva y placentera, en los intentos de reparación de los objetos en las fantasías inconscientes.
No se ha logrado confirmar el matriarcado. El poder del mito instauró el Hain de los hombres y la ceremonia iniciática de los Kloketen.
Se incluye una incursión sobre el matriarcado no comprobado cómo se explicita en los Selknan y se describen otras modalidades de la representación femenina.
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Dra Julia Lauzon
Presidente APCh
M. Fundador, Sociedad Psicoanalítica de Mendoza SPM, Argentina.
M. Titular, Asociación Psicoanalítica de Chile- APCh.
Delegada COWAP-IPA
jlauzonm@gmail.com