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El éxodo roto: migrantes haitianos varados en Tapachula enfrentan soledad y depresión

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El éxodo roto: migrantes haitianos varados en Tapachula enfrentan soledad y depresión

El paso del Coyote está silencioso al mediodía del 25 de junio. Apenas unos cacareos cortan el sopor que envuelve los márgenes del río Suchiate. Hace unos meses, este lugar hervía con migrantes venidos de todas partes para atravesar la frontera de Guatemala con México, sin pasar por el control de aduana a unos metros de este paso irregular. Ahora sólo unos jóvenes haitianos aguardan una cita con las autoridades en la garita de entrada al país. Un agente de la Guardia Nacional, con un rifle de asalto, bosteza profundamente acalorado en su uniforme azul y gris.

“Sabes por qué estamos aquí, sabes que no podemos volver a Haití… conoces lo que pasa allá”, dice Max en francés con sonrisa irónica. Enfundado en un jersey impecable de fútbol americano y aretes relucientes, parece un cantante de reggaeton.

La Violencia, con V mayúscula, es el motivo invocado por nueve haitianos entrevistados por DOMINGA en la frontera sur para justificar su decisión de emigrar a más de 2 mil kilómetros de casa en busca de un mejor futuro. Pocos quieren explicar a detalle lo que les sucedió. A la barrera del idioma –en su isla se habla francés y créole– se suma el temor a ser rechazados y las ganas de dejar atrás el infierno vivido bajo el yugo de las pandillas.

Sin embargo, en una época en la que la salud mental se ha convertido en un tema igual de relevante que los padecimientos físicos, la oenegé Médicos Sin Fronteras (MSF) nos abre sus puertas para dar a conocer los traumas tan profundos que cargan algunos migrantes haitianos en su trashumancia y romper el tabú.

En este río que cruzan balsas ligeras, se desplomó el número de migrantes que buscan llegar a Estados Unidos desde que Donald Trump fue investido presidente, el 20 de enero de 2025. Las violentas redadas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) y las deportaciones en masa difundidas en bucle en televisoras y redes sociales disuadieron a muchos de buscar el sueño americano.

La reducción fue evidente en el Darién, la selva que conecta a Colombia con Panamá, donde bajó 98% el flujo de migrantes durante los primeros cuatro meses de 2025, en comparación con el mismo periodo del año anterior, según cifras del gobierno de Panamá; y también en Ciudad Hidalgo, Chiapas, uno de los principales puntos de entrada a México y el otro gran embudo del continente. La actividad ha mermado en este pueblo selvático de calles anchas, en las que el sol rebota en el pavimento, reconocen los vendedores de tiendas repletas de gorras, lentes de sol, cantimploras y cobijas: todo lo que puede necesitar un migrante en su travesía, vendido a sobreprecio.

Si acaso, de noche, se nota algún movimiento discreto en el paso del Coyote, principalmente de sur y centroamericanos que van de regreso a sus países de origen, así como de uno que otro migrante que insiste en llegar al norte. El resto son comerciantes que intercambian productos mexicanos por quetzales, aprovechando la fortaleza de la moneda guatemalteca.

“Definitivamente se han ralentizado los flujos”, confirma Dana Graber Ladek, jefa de misión de la Organización Internacional para las Migraciones. A nivel nacional se ha reducido en 77% el número de eventos relacionados con migración irregular.


Se quedan los migrantes que huyen de naciones en crisis

Eso no significa que todos los migrantes se hayan ido de la frontera con Guatemala. Los que pudieron regresaron a sus naciones o se fueron a regiones con más oferta de empleo, pero quedaron en la frontera sur de México los que no tienen adonde volver y esperan poder legalizar su situación: los refugiados de naciones en crisis.

Y vaya que los haitianos conocen bien esa palabra. Su país, el más pobre del continente –que comparte frontera con República Dominicana– apenas se recuperaba del terremoto de 2010 cuando el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021 lo volcó en el caos pandillero.

“A veces siento que los haitianos no tenemos adónde ir. No podemos regresar porque la mayoría pierde sus casas o nos pueden matar. Las pandillas son las que gobiernan. No hay un gobierno que responda por la población haitiana”, lamenta Dieula Larose, mediadora de MSF con la población haitiana, encargada de traducir su idioma y necesidades específicas.

Este cambio en las dinámicas migratorias se nota fuertemente en Tapachula, la principal urbe fronteriza, a 40 minutos de ruta de Ciudad Hidalgo. Un refugio quizás un poco más seguro que el anterior pueblo en el que los halcones del crimen organizado acechan a los migrantes frente a las narices de las autoridades.

En esta pequeña Babilonia de unas 350 mil almas –una cifra oficial a la que se debe sumar la migración irregular– se escucha el créole en las calles, el idioma nacido de la mezcla entre el francés y las lenguas africanas que hablan los haitianos, hijos de la primera colonia negra en emanciparse. O también el español pero con acentos cubano y venezolano.

Aquí, la mayoría de los solicitantes de asilo provienen de Haití, Guatemala, El Salvador y Honduras, confirma César Eloa, encargado de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en Tapachula, donde se registró un descenso de 60% en las demandas de refugio. El crecimiento de la urbe se debe más que nada a “la población cubana y la población haitiana que, por obvias razones, se están quedando en el país”, añade el doctor David Jiménez, coordinador de atención a personas en contexto de movilidad en Tapachula.

En 2022 se contaban 5 mil haitianos en Tapachula según The Haitian Times. La mayoría se concentra en barrios en la periferia del centro, como el de Casas Geo, un viejo complejo de edificios de interés social semiabandonados en el que pueden vivir más de diez personas por departamento, pagando rentas colectivas. Es el caso de Santa Derilus, secuestrada en República Dominicana y por la que su familia residente en Estados Unidos tuvo que pagar un rescate del que no confía el monto. Estoy “en la miseria en Tapachula, porque no hay trabajo para los migrantes”, afirma.

Detrás de la sonrisa eterna se esconden a veces algunos sufrimientos profundos de los que no se tiene idea a primera vista.

Reportan casos de salud mental en los migrantes haitianos de Tapachula
En confianza, sentado en un consultorio que instaló MSF para la población migrante, Kleber retuerce las manos cuando habla de lo que lo hizo dejar su país en 2024. “Yo fui maltratado, abusado muchas veces por una pandilla”, cuenta rápidamente este hombre de piel clara y ojos escurridizos, como si tratara de apresurar un mal trago.

“Un día me sacaron de mi vehículo, me dieron un trompón en la boca, me tumbaron estos tres dientes que son postizos. Me dieron un tiro en esta pierna y me dieron un golpe aquí también, sin tener nada que ver con ellos”, relata antes de mostrar la cicatriz que tiene en la frente, debajo de una mecha de cabello rizado. “Yo andaba con mi hijo. Ellos lo jalaron, le dieron una patada, cayó en una zanja y se le partió una pierna. Luego se metieron a mi casa, me amarraron a mi y a mi esposa”.

Estas historias son pan de cada día en Haití, en donde las pandillas obtienen a la fuerza lo que desean sin temor a ser perseguidos por la justicia. “Luego volvieron y yo no estaba. Le exigieron a mi esposa que los llevara a donde yo estaba y, como dijo que no sabía, la violaron. Ella estaba cocinando, agarraron el caldero caliente y se lo tiraron en la cara. Le quemaron la cara completa”, agrega y muestra una foto de su mujer hospitalizada, envuelta en vendajes. “La ropa quemada la sacaban como si fuera parte del cuerpo de ella”.

El suyo no es un caso único. “Estamos teniendo un incremento en la complejidad y en la severidad de los casos de salud mental de la población haitiana”, reconoce Jesús Martínez, referente médico de proyecto en Tapachula. Algunos llegan con “traumas graves, severos en salud mental y que [...] van a ser complicados [de tratar], tal y como sucede con el trauma de un conflicto o una guerra”.

“Cerca del 30% de la población haitiana atendida está teniendo una idea o una tendencia al suicidio”, agrega con preocupación. La misión de MSF atiende a unos 300 pacientes semanales, 50 de ellos por salud mental. Esta carga invisible choca de frente con la realidad de Tapachula, en donde hay tan sólo cuatro psicólogos especializados en salud mental, concede Francisco Castillo, secretario de Salud local, además de un sólo psiquiatra en el Hospital General Tapachula.

A los traumas que traen consigo se suma además el choque cultural profundo que ocurre entre esta población con un pasado colonial francés y el sincretismo prehispánico y colonial mexicano. No poder comunicarse complica el hecho de pedir empleo, definir sus dolencias o explicar lo que lo lleva a solicitar el estatus de refugiado, lo que puede producir una sensación de angustia.


Los migrantes que huyeron de la violencias, sufren de depresión y paranoia

Como muchos de sus compañeros expulsados por la violencia, Kleber pagó 5 mil dólares prestados por su familia a unos coyotes que lo trajeron hasta México, caminando a veces durante días enteros en montes de El Salvador, Honduras y Guatemala. Lejos de su esposa y sus tres hijos que se quedaron en Haití, en la comuna de Belladere, a los que espera poder traer un día.

Pero el miedo no se desvaneció con la distancia. Ahora sufre de depresión, accesos de paranoia, dolores en los riñones y gastritis nerviosa. Pasa sus días encerrado en casa, sin poder dormir por miedo a que los pandilleros derrumben su puerta en cualquier momento. A veces come una sola vez por día. “No quería dejar a mi familia atrás, pero no había más opciones, no tenía recursos. No podía aguantar la depresión”, lamenta en un español perfecto que aprendió a dominar en el intercambio de mercancías que realizaba con República Dominicana.

La culpa se confunde con el dolor que ha podido mitigar con la ayuda de los médicos y psicólogos abocados a atender a los migrantes. Varios pacientes atendidos por MSF incluso han llegado a planear su suicidio: piensan en la cuerda que deben comprar o eligen mentalmente el cuchillo con el cual cortarse las venas o los medicamentos a ingerir. Pero sus casos se mantienen en reserva para no revictimizarlos.

Aún así, Kleber asegura haber decidido quedarse en México, pese a las carencias. Prefiere esperar en este purgatorio a que se vuelvan a abrir las puertas del cielo antes que volver al infierno del que trata de escapar.

Pero la espera podría ser más larga de lo previsto. Para poder obtener la condición de refugiado, los migrantes deben esperar unos seis meses, presentándose cada quince días a la sede de la COMAR en Tapachula. Seis meses en los que no pueden trabajar legalmente y viven con el temor de ser deportados si son atrapados haciéndolo irregularmente.

 

Los haitianos son vulnerables a la discriminación por parte de agentes y médicos

Entonces matan el tiempo como pueden en la ciudad. Algunos vagan en grupos de jóvenes que viven de la caridad, de las donaciones de familiares que se encuentran en otros países o de la comida y los recursos que ofrecen las oenegés. Unas chicas se hacen trenzas en el Parque Bicentenario, en medio de talleres artísticos. Otros trabajan reconstruyendo una casa situada a unas cuadras del parque, montados en un camión repleto de escombros.

Eso hace Benji Canute, quien estuvo 10 años en Chile sin obtener la residencia que le dieron en ocho meses en México y viene al médico porque “uno anda con estrés” por andar sin dinero. “No sabes qué es lo que va a pasar en el cuerpo porque el estrés trae mucho problema en el cerebro, tú puedes volverte loco”, lamenta este gigante de piel negra que deambula en chanclas y agradece sin embargo las posibilidades que le ofrece el país.

Benji es especialista en pintura epóxica y espera poder ejercer en México. Más del 90% de los migrantes haitianos entrevistados por el International Rescue Committee en 2023 decían no tener un ingreso suficientemente estable para cubrir sus necesidades básicas.

Con el cambio en las dinámicas migratorias, las necesidades médicas también han cambiado, señala Erandi Espinoza, doctor de 33 años que atiende directamente a los migrantes. Cuando los migrantes se movían masivamente en caravanas, acudían con dolores de cabeza, ampollas, deshidratación o gripe, pero “ahora vienen con enfermedades crónicas, como diabetes o hipertensión”. Eso es un signo de que esta población pasó de estar en tránsito a instalarse por un tiempo. Las enfermedades de transmisión sexual también causan estragos entre esta población.

“Hay además una problemática de inseguridad que afecta a los migrantes en Chiapas”, señala bajo anonimato una funcionaria del Instituto Federal de la Defensoría Pública, que los ayuda a atender sus casos. Además del reclutamiento por grupos armados, “a mí me han contado que los secuestraron, que incluso las han violado. Se enfrentan también a los abogados corruptos que se ofrecen a sacarles los documentos en dos meses y resulta que les roban”.

 Discriminados por su color de piel y sus escasos recursos, los haitianos son sumamente vulnerables al maltrato ejercido por agentes de Migración o funcionarios de hospitales que rechazan atender sus dolencias en un idioma que no entienden, añade.

Migración los tiene dando idas y vueltas por días e incluso rechaza darles la tarjeta de visitante por razones humanitarias hasta que promueven un amparo, a pesar de que está establecido en la ley que lo deben hacer, afirma esta abogada.

En confianza, algunos migrantes dicen que después de obtener sus papeles buscarán viajar rápidamente a la Ciudad de México, Monterrey o Guadalajara, en donde esperan que haya más ofertas de trabajo que en Tapachula. En algunas notas de prensa se habla de migrantes haitianos capturados por participar en bandas criminales, pero son pocas. A diferencia del Tren de Aragua, las bandas haitianas no son conocidas –hasta el momento– por extender sus tentáculos fuera de la isla.


Los haitianos buscan oportunidades para dejar de “sobrevivir”

Durante el Día Mundial del Refugiado, celebrado el 20 de junio pasado, se reunió una parte de la comunidad haitiana en el parque del Centro de Desarrollo Comunitario, creado en la vieja estación ferroviaria de Tapachula, transformada ahora en centro cultural y de consulta para atender a los migrantes en cuestiones de salud o de asesorías legales. El edificio es administrado por un comité dirigido por artistas y miembros de la sociedad civil.

Algunos de los presentes pintan banderas de Haití, claro, pero también de Venezuela, Honduras y hasta Sierra Leona, mientras otros se forman a la espera de poder recibir una bolsa con despensa que harán durar lo máximo que puedan. La mayoría de los asistentes son afros que hablan créole.

De pronto unos gritos desgarran el aire. Es el retrato de la violencia sufrida por los haitianos que lleva a cabo una tropa de teatro experimental para el centenar de personas presentes en el enorme hangar, repleto de carpas de oenegés y empresas que ofrecen trabajos de cajeros del Oxxo en Monterrey. La felicidad de estar vivos termina rápidamente superando a la desgracia cuando comienzan a sonar en las bocinas del evento las músicas del carnaval de Haití.

“Todos los años es una reunión/ Tres días de amor/ tres días de alegría. Cada año es espectacular/ Es una hermosa fiesta en el país de Haití”, dice una de las canciones. “Chak ane s’on randevou/ Twa jou lanmou/ twa jou lajwa. Chak ane s’on bèl plezi/ Se yon bèl fèt nan Peyi d’Ayiti”.

Pronto ya sólo quedan en la pista improvisada pieles negras que se sacuden al ritmo de la música, y algunos oenegeros que guardan las carpas que instalaron para atender a la población migrante durante esta jornada. Hace rato que se fueron las autoridades del recinto, después de tomarse la foto de rigor.

“¡Yo me quedo en México para siempre!”, declara Benji, antes de unirse a los otros bailarines para apaciguar el hambre con alegría, en lo que encuentra un trabajo de guardia o reparador de tanques de agua que le permita dejar de estar “sobreviviendo”.

 

Fuente: Milenio Diario

Psicoanálisis, Psicoterapia

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