De la creación de representaciones internas al consumo de imágenes

Alexandra Campos Hanon

Hace mucho tiempo, cuando el mundo era tan grande que solo se podía conocer a través de la palabra, la literatura fue probablemente la forma más elevada de interpretación y expresión del hombre. En su libro: “Breve historia de la literatura” (2013), Sutherland nos recuerda que muchas de las cosas que sabemos vienen de lo que hemos leído, y no solo por su contenido temático: toda obra literaria, por sencilla que sea, nos pregunta en algún punto: ¿Cuál es el sentido de esto y cómo se relaciona conmigo? Ahora bien, vista como sustituto, complemento o en abierta oposición a la palabra, surge la imagen. Si bien podríamos decir que ésta fue anterior a la letra o al grafema, en el presente ensayo quiero hacer referencia a la imagen no como símbolo o representación de una idea, sino como proyección de un estereotipo que, bajo la lógica de lo inmediato, resulta en un atajo del pensamiento que pretende retratar la realidad objetiva o, lo que es peor, una reducción de esta. Cabe señalar que las premisas de este ensayo se relacionan con el acceso y consumo de imágenes, más que con el contenido visual de éstas. Desde mi punto de vista, son la voracidad y el tiempo de exposición lo que nos lleva al vacío, a la falta de presencia como espectadores y, en consecuencia, a un cambio sustancial en el quehacer psíquico.

Sobre la literatura y la creación de representaciones internas

No hace muchos años, los encantos de la literatura eran considerados peligrosos bajo el entendido de que traficaban con falsedades que, a los ojos de muchos, parecían perjudiciales para la sociedad en que vivían (Sutherland, 2013). Hoy sabemos que la literatura no es una distorsión de la realidad, sino una forma de manejar la complejidad de las situaciones que se nos presentan.

En términos psicodinámicos, toda historia es susceptible de establecer una conexión entre las distintas instancias del aparato psíquico, dando como resultado una reelaboración de ligaduras entre deseos inconscientes, fantasías, pensamientos, afectos y una realidad propuesta.

Los libros nos ofrecen acceso a un mundo peculiar, pues hacen posible la convivencia siempre ambivalente entre el adentro y el afuera; la soledad y la compañía; el consciente y el inconsciente; el yo y la otredad. Sobre este particular, Melanie Klein (Bleichmar & Lieberman, 1989) nos muestra como los juegos, dramatizaciones y expresiones verbales de los niños, son un material incuestionable para explorar su mundo interno. Los cuentos, como el juego, son un puente entre la fantasía y la realidad que permite la exploración de sentimientos agresivos, a fin de facilitar la elaboración de las ya conocidas ansiedades persecutorias de la infancia.

Uno de los ejemplos más enriquecedores en relación con lo expuesto, lo presenta Paul Auster en su libro “La invención de la soledad” (1982). Ahí, el autor aborda la forma en que Sherezade, uno de los personajes principales de “Las mil y una noches”, se ofrece en matrimonio al rey Schahir, quien, tras un desengaño amoroso, decide matar a todas sus mujeres después de la noche de bodas. Como ya es sabido, lo que la hija del Visir pretende es contar a su marido una historia tan interesante, que al día siguiente quiera escuchar otra. Lo que Auster (1982) rescata de esta historia, es que la joven comprende que implorar por su vida en ese momento y bajo aquella realidad psíquica, no la salvará. Si tuviera que poner lo anterior en términos kleinianos, diría que, a través de la ficción, Sherezade logra que el rey alcance uno de los mayores logros psíquicos del infante: moverse de una posición esquizo-paranoide a una depresiva.

Aunque son muchas las ganancias asociadas al placer de la lectura, me gustaría destacar tres que considero de particular relevancia por su relación con el desarrollo psíquico:

1. A diferencia de la imagen, la literatura demanda un esfuerzo de representación que se traduce en un trabajo de reflexión y creación de mundos internos. Sobre este particular, Winnicott (1945) postula que el enriquecimiento tanto de la realidad exterior como del mundo auto creado dependerá en buena medida de la cantidad de ilusión que se haya experimentado, y más aún, que para producir dicha ilusión, es necesario que alguien se tome el trabajo de traerle al niño el mundo de manera comprensible y adecuada a sus necesidades. Esto, cabe señalar, guarda mucha semejanza con la labor autoral.

2. Al ser una actividad que requiere del “estar solo” para llevarse a cabo, el hábito de la lectura es el coadyuvante por excelencia cuando de atenuar sentimientos crónicos de soledad y vacío se trata. Según Winnicott (1958, p. 45), “la base de la capacidad para estar solo es la experiencia de estar solo en presencia de alguien”. Esta premisa winnicotiana me hace fantasear a la lectura como una especie de subrogado materno ya que, toda vez que el sujeto deba enfrentar la soledad absoluta (con o sin la presencia de la madre introyectada), tendrá la contención de la literatura.

3. El hecho de que las historias que leemos sean una ficción, no impide que la experiencia emocional sea real. De lo anterior se desprende que la literatura facilite la identikcación con figuras heroicas que van desde seres súper poderosos hasta personajes anodinos, pero susceptibles de vivir una experiencia extraordinaria. Para ilustrar lo anterior basta con ver los diez libros más vendidos en el 2019. Según Statista (2019), los primeros siete lugares corresponden a la saga de Harry Potter, seguidos por El guardián entre el centeno, Ana de las tejas verdes y Los juegos del hambre. Aquí, las figuras de identificación no dejan espacio a la interpretación: Harry Potter, Holden Culfield, Anne Shirley y Katniss Everdeen. Con solo escuchar el nombre de los protagonistas podemos identificar los rasgos que los convierten en el baluarte de millones de preadolescentes y adolescentes alrededor del mundo: rebeldía, conflicto, sentimientos ambivalentes, ruptura con lo establecido, falta de pertenencia y búsqueda de identidad entre muchos otros.

Sobre la era posdigital y el consumo de imágenes

Las imágenes no mienten, esta frase que empezó a modo de mote televisivo en los años 30 se convirtió en una premisa incuestionable. Es cierto, la vista es el sentido de mayor alcance para el hombre, podemos decir que estamos programados para creer en lo que vemos.

A lo largo de los años, la fotograǩa ha cobrado una fuerza narrativa sin precedentes. La generación de contenido a través de dispositivos móviles nos ha llevado a la llamada era de la postfotograǩa caracterizada por una producción digital abrumadora (Oliva, 2019). Tan solo en el 2020, Instagram, la cuarta red social a nivel mundial, alcanzó más de mil millones de usuarios activos al mes (Digimind, 2021). Para darnos una idea de lo que esto significa en términos de consumo visual, basta con mencionar que cada usuario puede subir hasta diez fotos o videos por publicación, y que la recomendación para mantener un feed saludable es de tres publicaciones por semana y una historia por día Si pensamos que a estos números tendríamos que sumar el contenido de otras plataformas como: Facebook, TikTok, Youtube o Flickr, los números se vuelven exorbitantes. Yendo más lejos, las estadísticas muestran que cerca del 7% de los usuarios de Instagram tienen entre 13 y 17 años, edad que coincide con el inicio de la preadolescencia y final de la adolescencia (Gilmore & Meersand, 2014). El consumo indiscriminado de imágenes acentúa la angustia ya de por sí exacerbada por los conflictos propios de la edad. Los jóvenes del llamado nuevo milenio son víctimas de la monetización de sus propias inseguridades y la tiranía del algoritmo, un algoritmo que promueve la disociación de la personalidad, pues tiende a escindir la realidad que muestra a través del abastecimiento de imágenes que promueven defensas como el falso self, la idealización y la devaluación

No descarto que dada la velocidad con la que el mundo se mueve hoy en día, la sustitución de la literatura por el consumo 12 de imágenes tenga ciertos “beneficios”, sin embargo, la pérdida no es menor. Ganamos minutos, horas del día solo para sumar a nuestro tiempo de pantalla. Finalmente, me gustaría hacer una reflexión sustentada en las palabras de Toro-Peralta y Grisales-Vargas (2021): mientras la literatura nos daba una imagen del mundo, la posfotograǩa nos ofrece un mundo de imágenes.

REFERENCIAS:

AUSTER, P. (1982). La invención de la soledad. Barcelona: Anagrama.

BETTELHEIM, B. (1994). Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Grijalbo Mondadori.

BLEICHMAR, N. & LEIBERMAN, C. (1989). El psicoanálisis despuésés de Freud. Barcelona: Ediciones Paidós.

Hootsuite. (2023, 15 mayo). 42 estadísticas de Instagram relevantes para tu negocio en 2022.(20 https://blog.hootsuite.com/es/lista-completa-de-estadisticas-de-instagram/).

Reflexiones de fotografíaa. (2023, 15 mayo). El Espejo con memoria. https://reflexionesfotografia.blogspot.com/2019/11/e-l-modo-de-consumo-masivo-de-imagenes.html).

Statista. (2023, 15 de mayo). Instagram-datos estadísticos. Statista. https://www.statista.com/statistics/325587/instagram-global-age-group/).

SUTHERLAND, J. (2013). A little history of literature. Gran Bretaña: TJ International Ltd, Padstow, Cornwall.

VIVES, J. (2019). Ensayos de psicoanálisis aplicado a la creación literaria. Buenos Aires: Grupo Editorial Lumen.

WINNICOTT, D.W. (1993). Los procesos de maduración y el ambiente Facilitador. La capacidad de estar solo. (1958). Barcelona: Ediciones Paidós.

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