75 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE SIGMUND FREUD
Sigmund Freud (6 de mayo de 1856-23 de septiembre de 1939) fue un bodhisattva socrático, un espíritu trágico que quiso desvelar las conexiones íntimas e inconscientes de nuestros actos y padecimientos, un incitador de la vida como memoria narrativa, un pensador valiente en un mundo reprimido y encorsetado, y, en fin, una magnífico escritor. Una psicoanalista actual, Élisabeth Roudinesco, ha dicho de él que fue un «pensador de las Luces oscuras». Yo me atrevería a rectificar un poco a la gran conocedora de Freud: ha sido un pensador que puso luz en la oscuridad, aunque esa luz haya sido controvertida, rectificada y discutida.
Con Darwin y Einstein, contribuyó a desplazar al hombre del centro, en su caso, de la conciencia y del control de su propia vida: conocerse es penetrar, de manera indirecta, en un inconsciente cuyas pulsiones nos gobiernan. Para la Austria de su época (para el mundo en general), sus descubrimientos sobre la sexualidad infantil («perversos polimorfos») fueron intolerables. Pocos han sabido escuchar como él. Lo he comparado con Sócrates, pero en realidad el griego conducía a su interlocutor hacia la Idea inmóvil y universal, mientras que Freud se convertía en el espacio propicio para el despliegue de la historia, no arquetípica, de alguien. No un arquetipo sino un caso.
AFIRMÓ QUE LA FELICIDAD NO ERA SINO LA REALIZACIÓN DE UN DESEO INFANTIL
Freud nació encima de una fragua. ¿No lo podemos tomar como un símbolo? De familia judía procedente de Moravia, no fue creyente, y como es sabido fue un deshacedor de ilusiones. No en vano Feuerbach había sido su filósofo favorito durante su juventud. En política fue siempre liberal (al igual que tantos judíos vieneses antes del sionismo y el socialismo, como le recordó al final de su vida a su amigo el literato Arnold Zweig). Pesimista, su liberalismo no era el de la creencia actual en un destino positivo del mercado, sino en lo irreductible del individuo. Una ética. Por otro lado, era una respuesta al antisemitismo y a la represión clerical.
EL 19 DE LA CALLE BERGGASSE
Tras la lectura de Darwin y del texto de Goethe «Sobre la Naturaleza» Freud decidió estudiar Medicina, pero lo que más le atrajo fueron los asuntos humanos. De hecho, fue un observador con dotes novelísticas, un retratista portentoso, como se hace evidente en su correspondencia. Desarrolló una nueva disciplina, que denominó, en 1896, psicoanálisis, tan unida al famoso diván de su consultorio en el 19 de la calle Berggasse de Viena.
Freud se casó con Martha Bernays en 1886. Era de familia judía ortodoxa. Tuvo seis hijos con ella, y por lo que sabemos no fue su confidente en cuanto a sus investigaciones, pero le posibilitó trabajar sin muchas alteraciones. Aunque lectora, puso su empeño en un cuidado burgués del hogar. Confesó que las ideas de su marido eran una forma de pornografía.
FREUD NACIÓ ENCIMA DE UNA FRAGUA. ¿NO LO PODEMOS TOMAR COMO UN SÍMBOLO?
Aunque se le puede considerar a Freud como un filósofo, al parecer de sus estudiosos tuvo poca formación en esta área, y de hecho él mismo dijo que se apartó de su tendencia a la especulación. Fue un empirista, siguiendo la mejor tradición inglesa, que admiraba enormemente, lejos de las brumas metafísicas, y su trabajo pretendió ser una teoría científica de la mente.
Gran lector de literatura, desde los griegos y latinos a Cervantes, Molière, Schiller, Goethe, Lichtenberg y muchos de sus contemporáneos, entre ellos Thomas Mann, no le interesó en cambio la música, pero sí la estatuaria, hasta el punto de que hizo una portentosa interpretación del Moisés de Miguel Ángel, olvidando por momentos que no era la verdad histórica, sino una visión del artista italiano.
AMIGO ÍNTIMO, ENEMIGO ODIADO
La interpretación de los sueños se publicó a finales de 1899, aunque con fecha de inicio del nuevo siglo. Esa magnífica obra (y podría decirse de la mayor parte de su literatura) enlaza en cuanto a procedimiento con Montaigne, ya que en buena parte toma su propia vida como materia de investigación. Aunque se convirtió en un hito, tardó seis años en vender algo más de trescientos ejemplares.
Los sueños enlazan con nuestros deseos, y estos con nuestra naturaleza más profunda. En ese libro, quizás el más confesional de su amplia obra, nos dice que siempre ha necesitado «de un amigo íntimo y de un enemigo odiado», y que a veces se daban en la misma persona. Freud logró un método, el de la asociación libre, para penetrar en la lógica de los sueños: una fuente preciosa de información sumergida, ajena a la causalidad, la contradicción y la identidad.
EDIPO, DEL BRAZO DE HAMLET, DESEMBOCA EN UN MITO MODERNO
Su famosa idea del complejo de Edipo, estructura nuclear de la neurosis, según Freud, fue ampliándose no sólo en la comprensión de la maduración masculina y femenina, sino como uno de los motivos de la fundación de las civilizaciones y del desarrollo de la conciencia. Edipo, del brazo de Hamlet, desemboca en un mito moderno en la mente de Freud, extendiéndose por la sociedad occidental. Todo esto ha sido muy discutido, desde discípulos disidentes, como C. G. Jung (ni vienés ni judío), hasta estudiosos de las religiones como Eliade y numerosas vertientes de la psicología moderna; pero así y todo, estas ideas han sido pródigas en debates con resultados notables en la psicología, la interpretación histórica (su Tótem y tabú, por ejemplo) y las mitologías modernas.
Freud extendió sus dotes de observador a los lapsos y deslices del lenguaje, que dio origen a Psicopatología de la vida cotidiana (1901). Su teoría de la libido causó escándalo, y a él mismo le costaba aceptar lo que salía de su pluma. Freud teorizó sobre el principio del placer y la pulsión de muerte, una reflexión de grandes consecuencias que tuvo secuelas en autores como Marcuse (Eros y civilización) o Norman O. Brown, autor de un libro lúcido y algo olvidado hoy, Eros y Tánatos. No se consideró un pansexualista, sino que insertaba sus teorías sexuales dentro del Eros platónico. Sus ideas han conocido muchas revisiones, y también rechazos, como las del filósofo Michel Onfray.
Hombre de costumbres metódicas y sencillas, Freud fumó puros desde los veinticuatro años hasta su muerte, causada por un cáncer de mandíbula que sufrió durante mucho tiempo. Le gustaba coleccionar antigüedades. Amaba la Prehistoria y confesó haber leído «más arqueología que psicología». Afirmó que la felicidad no era sino la realización de un deseo infantil.
La literatura, la pintura surrealista y el cine están en deuda con Freud. Gran amante de lo literario, desde el teatro griego a los románticos alemanes, su idea del arte, sin embargo, fue algo restrictiva: la belleza como cebo para libertar las tensiones de nuestra mente. Murió exiliado en Londres el 23 de septiembre de 1939. Eligió, estoico, el último momento de su vida.