DR. MIGUEL KOLTENIUK

Esta pregunta encierra múltiples sentidos. Podría querer decir ¿vive todavía la transferencia? ¿Aún creen en ella? ¿Aún la analizan, la reconocen y la diferencian? ¿Sigue existiendo como concepto?¿Se sigue usando como palabra? ¿No fue ya diluida dentro del vínculo intersubjetivo del psicoanálisis relacional? ¿Aún no se han percatado de que se trata del último residuo del anacronismo freudiano del siglo antepasado? Así resonarían las palabras de Nietzsche si hubiera escrito ahora La Gaya Neurociencia.

En el caso Dora, Freud (1905) define la transferencia de la siguiente manera:

¿Qué son las transferencias? Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis avanza no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico. Para decirlo de otro modo: toda una serie de vivencias psíquicas anteriores no es revivida como algo pasado, sino como vínculo actual con la persona del médico. Hay transferencias de estas que no se diferencian de sus modelos en cuanto al contenido, salvo en la aludida sustitución. Son entonces, para continuar con el símil, simples reimpresiones, reediciones sin cambios. Otras proceden con más arte; han experimentado una moderación de su contenido, una sublimación, como yo lo digo, y hasta son capaces de devenir conscientes apuntalándose en alguna particularidad real de la persona del médico o de las circunstancias que lo rodean, hábilmente usada. (p.101)…La cura psicoanalítica no crea la transferencia; meramente la revela, como a tantas otras cosas ocultas en la vida del alma…(p. 102)…En el psicoanálisis…son despertadas todas las mociones, aún las hostiles; haciéndolas conscientes se las aprovecha para el análisis, y así la transferencia es aniquilada una y otra vez. La transferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y traducírsela al enfermo. (p. 103)…Así fui sorprendido por la transferencia…de tal modo que [Dora] actuó {agieren} un fragmento esencial de sus recuerdos y fantasías, en lugar de reproducirlo en la cura”. (p. 104)

En cambio, en su libro Pluralidad y diálogo en Psicoanálisis (2006) afirma Joan Coderch que “La transferencia es la manera como el analizado organiza su experiencia de la situación analítica de acuerdo con la totalidad de sus experiencias pasadas, tanto conscientes como inconscientes, ya sean estas últimas las propias del inconsciente reprimido o las que constituyen el inconsciente no reprimido de procedimiento66 (Bird, B., 1972; Lear, J., 1993; Fosshage, J.L., 1994; Davis, T., 2001;”“Nahum, J., 2002, etc.). Puede que la mejor manera de caracterizar lo que acabo de enunciar sea la de subrayar que, en este modelo, la transferencia no se considera una repetición del pasado sino un ordenamiento para dar sentido al presente. Dice Lear (1993) respecto a esto: «pienso que la transferencia es la actividad característica de la psique para crear un mundo significativo en el cual vivir» (p. 741; la traducción es mía)…“Pienso que este modelo de la transferencia como la “organización de la experiencia bajo la influencia del pasado, modelo apoyado por los conocimientos psicoanalíticos, por un lado, y por las aportaciones de la neurociencia y la psicología cognitiva, por otro, está llamado a sustituir el modelo de la transferencia en el que se considera que el analizado, llevado por la ansiedad de las primeras situaciones infantiles y la compulsión de repetición, traslada y reedita en el vínculo con el analista, siempre y cuando éste mantenga las condiciones apropiadas del setting, especialmente el anonimato y la neutralidad, las relaciones con sus objetos internos de manera casi exclusiva.” (p. 326).

Me parece que esta nueva propuesta de definición de la transferencia como “ordenamiento para dar sentido al presente” en lugar de “repetición del pasado” es similar a proponer una nueva definición de “pato” como “mamífero, rumiante que muge”.

Esta “nueva” definición de “transferencia” corresponde más bien a la definición de las funciónes yóicas de “prueba de realidad”, “juicio crítico” y “sentido de la realidad”, tal como las concibió Leopold Bellak (1973) desde la psicología del yo en el siglo pasado.

Definitivamente esta confusión entre las funciones yoicas y la transferencia constituye uno de los errores categoriales más graves (el concepto es de Gilbert Ryle) que encontramos en la propuesta de Coderch. Desde esta propuesta, la transferencia habría dejado de existir, y junto con ella, el aparato psíquico, la sexualidad infantil, el inconsciente dinámico, las representaciones y sus destinos, el complejo de Edipo, la teoría de las pulsiones, la compulsión a la repetición, la diferencia entre el inconsciente como escritura y como escenificación, los objetos internos y sus vicisitudes, las diferentes variantes del narcisismo, los destinos de las identificaciones para la conformación de estructura psíquica, los mecanismos de retraducción y resignificación de las experiencias traumáticas promotoras del deseo y la repetición.

En otras palabras, desaparece toda la concepción teórica que sustenta al concepto clásico de “transferencia” como paradigma de los fenómenos de repetición que hacen posible la comprensión de los mecanismos de la formación de síntoma, del retorno de lo reprimido y sus resoluciones posibles elaborativas en los procesos terapéuticos psicoanalíticos.

Por consiguiente, la nueva propuesta de Coderch conlleva la desaparición de la metapsicología y su sustitución por la psicología cognitiva, por los estudios observacionales de las interacciones tempranas y la reubicación del inconsciente en las funciones de la memoria explícita e implícita descritos por las neurociencias. Un verdadero movimiento de reduccionismo concretista neuro-cognitivo-fenomenológico-interaccional del objeto de estudio del psicoanálisis.

En el prólogo al libro de Coderch (2010) “La práctica de la psicoterapia relacional”, Alejandro Avila Espada afirma lo siguiente: “El psicoanálisis sobrevive porque se transforma y ensancha sus horizontes. No es decisivo que muchos psicoanalistas continúen usando proposiciones refutadas por la ciencia o la experiencia, bien porque las usan en un contexto de aplicación local, bien porque les permiten manejar un modelo comprensivo metafórico que les da seguridad para arriesgarse por lo previsto por la teoría. Cuando una vertiente del saber y un dominio de la ciencia devienen un sistema de creencias, el uso que puede hacer la persona de él puede tener un carácter ideológico o religioso. Pero más allá de las personas concretas, el psicoanálisis contemporáneo ha dejado atrás ya la metapsicología, con el concepto freudiano de pulsión y la teoría de la libido, la función de la sexualidad infantil como eje estructurador del desarrollo, la teoría estructural, la centralidad del complejo de Edipo en la explicación del conflicto psíquico y la teoría freudiana del género…propuestas que han sido sustituidas por la teoría de la intersubjetividad, los principios organizadores inconscientes de la matriz relacional y el conflicto relacional, la teoría de los sistemas motivacionales, y la relevancia central de lo traumático y deficitario en la configuración y desarrollo de la subjetividad” (p. 16-17)

Más allá de que la soberbia pontifícia del prologuista me parezca incompatible con el racionalismo crítico que dice profesar el autor del libro, creo que será necesario explicar brevemente cómo fue posible el advenimiento de este estado de cosas.

Por un lado, la técnica psicoanalítica fue evolucionando y se fue enriqueciendo con el tratamiento de pacientes con patologías cada vez más graves que obligaron al terapeuta a modificar sus instrumentos y parámetros. En esta evolución podemos reconocer cuatro fases.

La primera fase fue definida por Freud y sostenida por él hasta su muerte. Se trata de la definición clásica del rol del analista como espejo receptor y reflejante de la neurosis de transferencia y demás proyecciones del paciente, en la que debe prevalecer, la abstinencia, la neutralidad, el anonimato y la exclusión completa de la contra transferencia, con el fin de favorecer el proceso analítico y la elaboración de las situaciones traumáticas del paciente, con el fin de flexibilizar y fortalecer su yo, para lograr un mejor manejo de las exigencias de su superyó, su ello y la realidad exterior. En esta fase, la contratransferencia es considerada un obstáculo indeseable que pertenece a la neurosis del analista, y que deberá ser periódicamente atendida cuando las circunstancias lo ameriten. El instrumento técnico fundamental en esta fase es la interpretación de la transferencia, a la cual las restantes intervenciones se le subordinan.

La segunda fase surgió dentro de la escuela kleiniana (Paula Heimann. Racker) y consistió en dejar de considerar a la contratransferencia del analista como un obstáculo indeseable, para reubicarla como uno de los instrumentos técnicos más valiosos del que dispone el analista, para acceder a los niveles más profundos e inconscientes del paciente. Sobre todo, al calor de sus identificaciones proyectivas más intensas. De esta manera, la contratransferencia se convierte en otra vía regia para acceder al inconsciente y para promover la integración de las partes escindidas tanto del self como de los objetos parciales del paciente.

Es importante destacar que en esta segunda fase de la técnica sólo se utilizaba la contratransferencia como indicador y guía para la construcción de las interpretaciones, pero seguía prevaleciendo el anonimato, la neutralidad y la no contaminación por parte del analista en el proceso analítico.

La tercera fase surgió desde Ferenzci y continuó dentro del llamado “grupo intermedio” de la escuela inglesa, (Winnicott, Balint) que dio un paso más allá que sus antecesores, y que incluyó al analista como objeto real dentro del proceso analítico del paciente. Este grupo consideró que el analista no podía reducirse al rol de espejo o de pantalla transferencial del paciente, porque debido a la gravedad de la patología y a las necesidades primitivas que surgían como demandas imperiosas, el analista se veía comprometido a incluirse con todos sus recursos y disposiciones emocionales para poder asistir a su paciente en crisis. El analista se veía obligado a ofrecer sostén vincular comprometido, en lugar de interpretaciones inservibles que caían en el vacío.

Esta propuesta constituyó una verdadera revolución en la técnica psicoanalítica, porque por primera vez quedaba al descubierto la importancia primaria del vínculo objetal con el paciente, por encima de la interpretación de su inconsciente.
Este giro ocasionó un sinnúmero de críticas y descalificaciones de los sectores más conservadores del psicoanálisis, sin embargo, la contundencia clínica de los pacientes graves y la evidencia de la necesidad terapéutica de la inclusión del analista como objeto real, terminaron por hacer valer su derecho de pertenencia.

Lo anterior condujo, por necesidad lógica, a la cuarta fase de la evolución de la técnica psicoanalítica y que es la que actualmente se está discutiendo, el modelo de la intersubjetividad en la relación paciente analista, y que constituye un avance en relación con la concepción del analista como objeto real, descrita en la fase anterior.

Este modelo corresponde a la concepción postmoderna del inconsciente, en la que la verticalidad y la pretensión del estudio objetivo del paciente desde el lugar de un observador imparcial, queda totalmente abolida. “En donde había objetos, deberá haber sujetos”, afirma Jessica Benjamín.

Desde esta perspectiva, tanto el paciente como el analista son concebidos como sujetos constituyentes de una díada en permanente interacción, cuya producción creativa es fruto del vínculo Intersubjetivo que sólo entre ellos se lleva a cabo. El cambio psíquico se da por la interacción Intersubjetiva, no por la interpretación proporcionada por el experto. En el modelo Intersubjetivo prevalece la acción terapéutica del vínculo, por encima de la explicación intelectual brindada por el insight. Se trata de un enfoque de carácter más vivencial-interactivo, que intelectual-explicativo. Sin embargo, en su versión más radical y en alianza con las neurociencias, como sucede en el caso de Joan Coderch, puede convertirse en una propuesta de eliminación de la metapsicología con todo y su objeto de estudio.

Por otro lado, esta evolución de la técnica produjo, a su vez, una serie de modificaciones del concepto de inconsciente que se pueden esquematizar de la siguiente manera:

1. El inconsciente como sistema. La primera tópica.
2. El inconsciente como cualidad psíquica. La segunda tópica.
3. El inconsciente postfreudiano.
4. El inconsciente postmoderno.

El que nos interesa en este momento es el Inconsciente postmoderno. El psicoanálisis postmoderno considera que el inconsciente es un fenómeno de creación intersubjetiva producido por el encuentro de dos sujetos codeterminados por el campo analítico. El inconsciente se crea, no se descubre. La distinción entre el analista como sujeto y el paciente como objeto queda cuestionada. La relación de objeto se sustituye por la relación entre dos sujetos. La asimetría de la relación analítica es puesta en entredicho. La pretensión de objetividad es una expectativa ilusoria positivista que debe ser desechada en el proceso analítico. Donde había objetos, deberá haber sujetos (Benjamin, 1990). Los objetos no existen en el afuera. No existe un inconsciente a ser develado por un observador externo, sino un encuentro narrativo o un efecto de discurso que brota de dos perspectivas en interacción. La verdad como reflejo objetivo de la realidad psíquica no existe. Sólo la interacción del campo bipersonal puede originar el cambio psíquico. No existen los significados fijos, las realidades encubiertas ni los criterios de verificación de las ciencias positivas. En su lugar priva el relativismo, el perspectivismo, la movilidad semántica y la pertinencia estética. La historia no se descubre, sino se construye como una narrativa con alternativas. La cura no ocurre en el paciente por las interpretaciones del analista, sino que los procesos de cambio ocurren en los dos sujetos que interactúan en el campo analítico. El tercero analítico (Ogden, 1994), es ese campo en interacción que no puede ser reducido a la suma de los sujetos que lo conforman. Joan Coderch (1999) considera que Bion (1962) puede ser considerado un pionero del psicoanálisis postmoderno, porque muchos de sus postulados encajan con esta concepción. Para este autor el inconsciente no es una Escritura originaria sino un producto secundario de la función alfa que puede perderse en los fenómenos de la psicosis. La capacidad simbolizadora de la función alfa es la que crea la barrera de contacto que distingue la conciencia del inconsciente y no al revés. El inconsciente es un producto de creación permanente que puede ser disuelto o interrumpido. El pensamiento onírico durante la vigilia es el garante de la salud mental. La función alfa es su arquitecto.

Por estas razones, el psicoanálisis postmoderno ha desechado la metapsicología, ha devenido relacional e intersubjetivo y ha buscado su fundamento en la psicología cognitiva, el estudio observaciónal de las interacciones tempranas y las aportaciones de las neurociencias.

A estas alturas debo aclarar que yo estoy completamente de acuerdo con todo el enriquecimiento aportado por el enfoque relacional e intersubjetivo a la comprensión del vínculo analítico interactivo y co-creado que se da entre el paciente y el analista. Se trata de una concepción fenomenológica y detallada de la situación terapéutica que proporciona instrumentos técnicos de interacción vincular esenciales y necesarios y que habían sido descuidados por las corrientes clásicas, que promueven el cambio psíquico en una medida quizá mayor al efecto terapéutico de las interpretaciones tradicionales.

Estoy totalmente de acuerdo también en la necesidad de correlacionar el saber psicoanalítico con otras disciplinas adyacentes, como la filosofía del lenguaje, la psicología cognitiva, la observación de las interacciones tempranas y las neurociencias.

Con lo que no estoy de acuerdo es con el reduccionismo, el fundamentalismo y la actitud de erradicación de la metapsicología estilo “limpieza étnica” que sostienen los radicales del enfoque intersubjetivo, como el texto que cité de Avila Espada.
Así como les ocurría a los positivistas, en el momento en que decían haber sacado por la puerta a la metafísica, de la mansión de la filosofía, ésta entraba de inmediato por la ventana, así la metapsicología freudiana se cuela por la transferencia en el armazón conceptual reduccionista del psicoanálisis relacional.
Yo pienso que el error fundamental de este enfoque reduccionista consiste en haber olvidado la diferencia que existe entre el inconsciente como escritura y el inconsciente como escenificación, que es el que se manifiesta en la transferencia, sea concebida como creación intersubjetiva o no.

Si se descuida el inconsciente como escritura pierde todo sentido su escenificación, porque sin escritura, no hay nada que escenificar. Por eso, en la concepción intersubjetivista, el inconsciente “no existe” antes de la sesión, sino que se “crea” espontáneamente en el encuentro intersubjetivo y desaparece al terminar dicho encuentro.

Yo creo que la creación intersubjetiva presupone necesariamente una escritura que la precede y la hace posible. A mi parecer, aquí radica el error de la erradicación de la metapsicología realizada por el enfoque relacional.

El afirmar que ellos sí toman en cuenta la escritura inconsciente al grado en que hasta la ubican en los sistemas de la memoria explícita e implícita descubiertos por las neurociencias, no sólo no resuelve el problema, sino que lo oscurece más porque esos sistemas son incapaces de definir y decodificar los contenidos representacionales que constituyen los distintos escenarios de la escenificación del inconsciente. Como puede verse, la metapsicología no se deja eliminar tan fácilmente.

Describir la dialéctica resignificativa que se da entre el inconsciente como escritura y el inconsciente como reescenificación rebasa con mucho los límites de este trabajo.

Para comprender mejor la interrelación que se da entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo en psicoanálisis, debo remitir al lector al extraordinario artículo de André Green (2000) “Lo intrapsíquico y lo intersubjetivo. Pulsiones y/o relaciones de objeto” recogido en su libro “El pensamiento clínico” (2002).
En conclusión, al parecer, con todo su caudal metapsicológico, la transferencia continúa aún existiendo.

BIBLIOGRAFÍA

Bellak, L.; Hurvich, M. y Gediman, H.: Ego functions in schizophrenics, neurotics and normals. New York. Wley, 1973.

Benjamin J. (1990) An Outline of Intersubjectivity. Psychoanalytic Psychology, IJP 7S: 33-46

Bion, W.R. (1962) Aprendiendo de la Experiencia. Paidos. Barcelona. 1997.

Coderch, J. (1999). La influencia del pensamiento postmoderno en el psicoanálisis actual. Cuadernos de Psicoanálisis. XXXII: 3 y 4, julio-diciembre. Asociación Psicoanalítica Mexicana. México D F.

Coderch, J. (2006) Pluradidad y diálogo en psicoanálisis. Herder. Barcelona.

Coderch, J. (2010) La Práctica de la Psicoterapia Relacional. Agora Relacional S. L. Madrid

Freud. S. (1905) Fragmento de análisis de un caso de histeria. O.C. T VII. Amorrortu Buenos Aires.1976.

Green A. (2002) El pensamiento clínico. Amorrortu. Buenos Aires 2002

Ogden T (1994) The Analytic Third: Working with Intersubjective Clinical Facts. IJP 75:3-19

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